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censura, cine, estalinismo, Jruschov, Tengo veinte años, URSS
Por Carlos Espinosa Domínguez
Desde las páginas de la revista Nóvy Mir, el escritor Víctor Nekrasov defendió el filme de Jutsiev cuando aún no había llegado a las pantallas. Su artículo era muy elogioso y dio lugar a una virulenta polémica. En él calificaba la película como una obra de arte mayor, y a propósito de los protagonistas, que están cansados de llevar una vida previsible y sin sentido y buscan orientación espiritual e intelectual, comentó: «En la medida en que uno pregunta, a uno mismo, a los amigos, al padre, a la Plaza Roja, uno está vivo. Cuando uno deja de hacerse preguntas, está muerto. Una existencia saciada, satisfecha, tranquila, no es vida”.
Nekrasov vio Tengo veinte años en compañía del cineasta polaco Andrzej Wadja, quien comentó estar impresionado con la inspirada fotografía de Margarita Pilijina. Por su parte, el escritor ruso elogió el guión y felicitó a a Shpalikov y Jutsiev por no escoger como personajes a un viejo obrero con su bigote gris, que siempre lo comprende todo y tiene la respuesta correcta para todo aquello por lo cual se le pregunta. Nekrasov conocía bien lo que era la intolerancia, pues cuando publicó su libro A ambos lados del océano (1962, en español se publicó con el título de Un soviético en Europa) el mismísimo Jrushov lo criticó desde el periódico Pravda y demandó que fuera expulsado del Partido.
La película de Jutsiev reflejaba la complejidad de la juventud en la era postestalinista. No tenía nada que ver con la visión que se da en Yo ando por Moscú (1964), cuyo tratamiento de ese tema es bastante anodino comparado con Tengo veinte años, su predecesora y alter ego. Su director, Gueorgui Danelia, ignora los aspectos controversiales del filme de Jutsiev o los aborda convencionalmente. Sus personajes son jóvenes inmaduros porque tienen 18 años, no porque sean irresponsables como adultos. No es casual que Yo ando por Moscú sea considerada la expresión quintaesenciada del lirismo y el espíritu optimista de los 60. En su momento, alcanzó una gran popularidad, pero la recepción crítica no fue tan entusiasta. Lev Anninski resumió con acierto sus limitaciones, al definirla como una mina sin explosión, una envoltura sin dulce dentro.