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Por Rafael Uzcátegui
“Optar por la libertad no es como se nos dice, optar contra la justicia. Si alguien les quita el pan, suprime al mismo tiempo su libertad. Pero si alguien les quita la libertad, estén seguros que su pan se encuentra amenazado, pues éste ya no depende de ustedes, ni de su lucha, sino de la voluntad de un amo. La miseria crece a medida que disminuye la libertad y viceversa”. Albert Camus
¿Qué pudiéramos decir sobre los acontecimientos que ocurren en Cuba este 20, 21 y 22 de marzo de 2016? Algunas reflexiones políticamente incorrectas, según las matrices de opinión que hemos leído en los últimos días. Pero si como aprendimos de Castoriadis el proyecto de autonomía comienza cuando uno se interroga sobre la pertinencia de lo aprendido, y en consecuencia hace el esfuerzo de pensar por uno mismo, no podíamos ser menos sobre el deshielo del Muro de La Habana.
Las apreciaciones desde derecha e izquierda, para usar los términos tradicionales varían sobre su significado. Una tribuna asegura que Obama ha aterrizado en la isla para liberar a los cubanos. Desde la otra, sugieren que la administración estadounidense ha tenido que doblar el espinazo ante la irreductibilidad de la “revolución cubana”, a la que ha sido forzado a tratar como una igual. Para nosotros, en cambio, ni la una ni la otra. El Estado cubano y el Estado norteamericano, cada una por sus propios intereses, ha pactado iniciar una serie de acuerdos para aumentar el flujo de capitales a través de los 110 mil kilómetros del país insular. En este sentido la pasada Cumbre de Las Américas, tarima panameña del primer estrechón de manos entre Raúl y Barack, fue una metáfora. Mientras en la llamada Cumbre Social disidentes y procastristas se iban a las manos, el corazón del cónclave siempre estuvo en la Cumbre de Negocios, a la cual se dieron cita algunas de las empresas más prósperas del capitalismo global con representantes económicos de la isla. Si para Obama acercar los 166 kilómetros que separan ambos países, además de un mercado a desarrollar por los inversionistas cubano-norteamericanos, será la foto por la que lo recordará la historia; en contraste para la administración de los Castro significa el oxígeno económico que permitirá construir una gobernabilidad controlada post-fidelista. Ni mejor ni peor, el capitalismo de Estado cubano se encuentra en plena mutación como mecanismo de autopreservación ante el cambio de vientos en la región. Sigue leyendo