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Por Norge Espinosa
Es a solicitud de esta publicación que redacto los párrafos que siguen, a riesgo de repetir algunas cuestiones en torno a la crítica, o más bien: a la ausencia de una crítica real, de un síntoma crítico en nuestra cultura y nuestra sociedad, que ya he dicho en otros sitios. La petición viene a través del reclamo de una mayor presencia de la crítica especializada en la televisión, pero me gustaría sobrepasar ese marco para poner en blanco otras preocupaciones que no solo tienen ese medio como referente, y alcanzar otros paisajes donde la crítica sigue siendo tan ausente como necesaria.
Ejercer la crítica es sin dudas una gran responsabilidad. Manejar criterios de valor, decantar, sugerir, establecer patrones de juicio y calidades, es un empeño que suele traer consigo una serie de pesos y resabios que terminan, generalmente, empañando el sentido real de lo que se pretende. En un país como el nuestro, donde la cultura no se ha librado de posicionamientos extremos, personalizaciones, tendencias o provincianismos bien visibles, es aún más difícil crear jerarquías desde la crítica o la voz especializada en ciertos temas, raras veces convocada a los espacios públicos de mayor impacto, como la televisión, para ofrecer al espectador o al lector una mirada profunda y de veras provechosa de lo que se entiende como tal cosa entre nosotros.
El comentario de paso, el elogio entendido como apología, el compromiso entre críticos y creadores, y un terror inexorable a ciertas verdades que no pactan con esos gestos huecos, es lo que abunda. Y que, para mal mayor, ha terminado ocupando los espacios que, indudablemente, deberían ser de la verdadera crítica, y no de esos juegos versallescos donde no escasea la pedantería, el síndrome de Colón, o para decirlo con la mayor franqueza, la incultura. Basta encender el telerreceptor para encontrarnos con que la cultura nacional está colmada de repentinos maestros, de luminarias cegadoras, de glorias que son tales solo por obra y gracia del presentador, del guionista o del director del programa. Y conste que ello ocurre, incluso, en los espacios que se dicen difusores del mejor patrimonio artístico universal. Sigue leyendo