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Por Rafael Rojas
En las últimas semanas hemos escuchado, en cada una de las paradas de Mahmud Ahmadinejad en su gira por los países del ALBA, declaraciones anticapitalistas del presidente iraní y de sus anfitriones latinoamericanos. Sin embargo, a juzgar por la propia economía iraní y por las economías de los países latinoamericanos que Ahmadinejad visitó, los anticapitalismos de cada uno de esos anticapitalistas no son idénticos. No es lo mismo el anticapitalismo de Ahmadinejad y Chávez que el anticapitalismo de Fidel y Raúl Castro.
El Estado iraní, como el chavista, controla los recursos petrolíferos del país, pero la agricultura, la ganadería, la producción de lana y alfombras persas, la pesca de perlas, los servicios y la mayor parte del comercio exterior y el mercado interno son privados. Lo mismo podría decirse de la economía de todos los países bolivarianos, menos Cuba. Sólo en este último país persiste una economía planificada de tipo soviético, a pesar de la lenta incorporación de elementos de mercado que se experimenta desde la última década del siglo XX.
De manera que estamos en presencia de líderes anticapitalistas que impulsan en sus países economías capitalistas, si por capitalismo se entiende lo que entendía Marx. Esos anticapitalismos deben ser deslindados y pluralizados, como ha sugerido un grupo de trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), en el que intervienen jóvenes socialistas críticos de la isla como Armando Chaguaceda y Dmitri Prieto Samsónov.
El objetivo de esos líderes, al disolver la diversidad de sus anticapitalismos en un mismo frente ideológico, es burdamente geopolítico. Pero al singularizar el concepto de anticapitalismo, unos y otros buscan atraer un conjunto de significados contradictorios, que se disuelven en un magma retórico común. Ni más ni menos que lo que Ernesto Laclau entiende por «significante vacío», un mecanismo simbólico que, en este caso, permite la sobrevivencia del viejo comunismo de Estado, de economía planificada y partido único, todavía predominante en Cuba, entre los nuevos anticapitalismos del siglo XXI, no reñidos con la democracia política, la economía de mercado y la sociabilidad autónoma.