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Por Ariel Terrero
En el mundo de la economía, donde las matemáticas generan una hipersensibilidad ciudadana digna de un laboratorio de física cuántica, cualquier decisión enciende polémicas. Sucede hasta con medidas igual de soñadas que esquivas, como las reducciones de precios o las alzas de salarios. Algo oí, por ejemplo, con el sólido incremento salarial acordado para los trabajadores de la medicina a partir de este mes de junio. Aunque ampliamente merecido, por la misión que cumplen en suelo cubano y allende los mares, y por su tributo en moneda dura al país –casi el triple del aporte del turismo-, siempre hubo algún observador contrariado.
La controversia suele arder más con otros movimientos. Es el caso de la Ley de Inversión Extranjera, refrendada por el Parlamento cubano también a finales de marzo pasado.
Eje de una de las recetas neoliberales más dañinas en la historia global, la entrada descontrolada de capital foráneo en naciones del sur ha motivado duras y justas críticas. Con tal antecedente, aparecieron muecas de desconfianza cuando nuestro Gobierno volvió los ojos hacia los inversionistas de otros países. ¿Se propone beber Cuba de tan peligrosa fuente? ¿Renunciará a la soberanía económica? Sigue leyendo