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Por Daisy Valera
Cuando escribo este post, la lluvia de los últimos días ha inundado el sistema de alcantarillas y llenado de agua los incontables baches de las calles de Alamar.
Muchas veces la mezcla de agua y calor se convierte en sinónimo de mosquitos y dengue.
Se comenta que hay dos hospitales llenos de enfermos por el virus y que han muerto varias personas, yo no podría asegurarlo.
Solo puedo decir que con bastante frecuencia un carro de la policía le abre paso a un inmenso camión que inunda de humo todo el vecindario.
La campaña de fumigación es completada por esos trabajadores vestidos de gris a los que muchos llaman mosquitos porque tienen la tarea de exterminar al trasmisor del virus y así contener la enfermedad.
Los fumigadores en Alamar trabajan con más dificultad, deben subir y bajar incontables escaleras y meterse también en un buen número de los garajes, corrales y talleres que han construido los vecinos en las áreas comunes buscando palear el hacinamiento.
Llevan varios días de un lado para otro y el detestable olor a petróleo quemado lo inunda todo.
El pasado fin de semana sentí el ruido de la máquina demasiado cerca, en mi escalera.
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