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Por Samuel Farber
En diálogo con El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura
El hombre que amaba a los perros (Tusquets Editores, 2009) es la obra más reciente del escritor cubano Leonardo Padura, conocido por sus novelas sobre las peripecias del detective Mario Conde. Es claro que en esas obras policiacas, Padura expone muchos de sus ideas sobre la política y sociedad cubana, pero es en este último libro donde sus reflexiones políticas y sociales alcanzan su mayor significado y profundidad. El Hombre que Amaba a los Perros entrelaza tres relatos, basados en una rica y profunda investigación histórica sobre el revolucionario ruso Leon Trotsky y su asesino, el comunista catalán Ramón Mercader, y cruzados por la construcción literaria de un periodista cubano ficticio -el narrador en la obra-, reducido en la novela, por razones políticas, a la humilde condición de corrector de pruebas de una revista de veterinaria.
El hecho de que Ramón Mercader residiera en Cuba por unos cuatro años hacia finales de los años 70, donde trabajó como asesor del Ministerio del Interior[1], le sirve a Padura para establecer la conexión ficticia entre el asesino y el periodista cubano. Este encuentra a Mercader acompañado por un guardaespalda en la playa mientras pasea a sus perros a los que tanto amaba.
Usando un pseudónimo, Mercader le revela mucho de su vida al cubano pero como si estuviera hablando de un tercero y no de él mismo. Es a través de esa convención artística que Padura revela y articula su pensamiento sobre el estalinismo, su psicología y sus horrores, tanto en el ambito de la alta política como del individuo en su más fundamental condición como ser humano. En su rica exploración del mundo estalinista, Padura presenta diferentes tipos de comunistas, dejando ver cómo a la postre la individualidad persiste a pesar del peso aplastante de la ortodoxia ideológica y el terror.
Así, Padura nos presenta a un Ramón Mercader inicialmente como un soldado comprometido con el comunismo, que combate en las filas republicanas en la guerra civil española donde es reclutado por los servicios de inteligencia soviéticos. El futuro asesino de Trotsky aparece en estas páginas como un ser pensante y hasta cierto grado capaz de mantener criterios independientes. Pero sus compañeros comunistas lo callan y le informan que “el partido siempre tiene la razón (…) y si no entiendes, no importa, tienes que obedecer” (91). Kotov, su superior soviético, le deja saber que hay que limpiar al ejército republicano y deshacerse de algunos jefes incondicionales al presidente socialista Francisco Largo Caballero, y que el mismo Stalin había ordenado purgar los mandos republicanos para lograr la preeminencia comunista, tanto en el ejército como en las otras instituciones de la República (120). Es así como Padura desafía muchos de los mitos y convenciones sobre el papel del Partido Comunista en la guerra civil española, que aún predominan en Cuba y tanta influencia tuvieron en el resto de la América Latina. Sigue leyendo