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Por Yohan González (Desde mi Ínsula)
Son las 11 y 37 de la noche del jueves 20 de marzo de 2014. Mientras La Habana se prepara para zambullirse en el sueño, hay movimiento y ruido en la intercepción de las calles Dragones y Rayo, en el municipio capitalino de Centro Habana. A las puertas del punto de venta de productos agroalimentarios ubicado en esa esquina, decenas de personas continúan haciendo fila para poder comprar. El panorama está así desde las seis de la tarde, hora en que llegó el camión desde una cooperativa en Mayabeque.
Algunos no se han quitado la ropa del trabajo, otros se lamentan haberse perdiendo el partido de béisbol entre Industriales y Pinar del Río. Es casi medianoche, pero el descanso y mucho menos el sueño no entiende a la hora de pensar en la comida para la casa.
Dos policías controlan el orden evitando que la mezcla de cansancio y el apuro por salir de varios de los presentes en la fila no les juegue una mala pasada. Es la fila para comprar la papa, una vianda casi sagrada para todos nosotros que desde hace años comienza a mermar su presencia en los agromercados y mucho menos en la cocina de los cubanos. Sigue leyendo