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Por Claudio Katz
Tomado de Rebelión
Las reformas económicas se discuten en Cuba evaluando la
transformación mayúscula que ha registrado China. La nueva potencia asiática no es sólo un socio comercial de primer orden. Por su envergadura económica y su relevancia internacional se ha convertido en un importante aliado geopolítico para contrapesar las agresiones estadounidenses.
Pero en un análisis desde la izquierda China interesa por un motivo adicional: ¿su modelo actual mantiene perfiles socialistas? [2].
Dos etapas diferenciadas
China ocupa en la actualidad un lugar tan significativo como el alcanzado por la URSS en el pasado. No sólo es una gran economía en ascenso. Su expansión introdujo en las últimas décadas cambios significativos en el orden internacional.
El país ya integra el club de las economías centrales luego de multiplicar 13 veces su PBI (1978-2010). Logró prosperar en medio de tres grandes temblores contemporáneos. No fue afectada por las décadas pérdidas que demolieron a los países subdesarrollados en los años 80-90, se mantuvo al margen del desplome sufrido por el bloque soviético y actuó
como socorrista de los bancos internacionales en la reciente crisis del 2008 ( Lo, Zhang, 2011).
Su crecimiento no partió de cero, puesto que ya poseía en los años 80 un PBI superior a muchos emergentes actuales. Pero posteriormente consumó un salto histórico que aproxima, empareja o sitúa a China por encima de varias potencias. Es evidente la importancia del acervo acumulado durante las transformaciones anticapitalistas previas al avance actual.
Sin la industrialización, la alfabetización, la superación del hambre, la modernización productiva y la acumulación extensiva hubiera sido imposible la extraordinaria expansión posterior. Basta comparar esas mutaciones con el subdesarrollo continuado que por ejemplo afectó a la India (Amin, 2012).
Pero la incógnita radica en lo ocurrido posteriormente. ¿En la nueva trayectoria afianzó o abandonó el proyecto socialista?
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