Por Armando Chaguaceda
La libertad nunca es voluntariamente otorgada por el opresor; debe ser exigida por el que está siendo oprimido”.
Martin Luther King (1929-1968)
HAVANA TIMES — Hace unos días, en la antesala de la Cumbre de la CELAC, el canciller cubano anunció que en la Habana no se realizarían cumbres de los pueblos porque, señaló “los pueblos de toda Nuestra América estarán dentro de la Cumbre y Cuba es la tierra hermana de todos ellos”.
Y en efecto así sucedió: nada de Cumbres de los Pueblos, Coordinadoras contra el Libre Comercio -pese a que varios de los presidentes invitados son promotores de tales políticas privatizadoras- y, ni siquiera, Asambleas de los Movimientos Sociales integrados en el ALBA.
Ante el desconcierto y molestia que tal situación provocó, algunos amigos barajamos la hipótesis de una movida gobiernista; diversa en sus referentes ideológicos y prácticos, pero coincidente en el interés de reducir la molesta interpelación que todo movimiento social hace al gobierno que le toca sufrir.
Sin embargo, una entrevista reciente a la coordinadora del Programa de Solidaridad del Centro Memorial Dr. Martin Luther King (CMMLK), puede ser particularmente reveladora de otros factores -inherentes a los propios actores excluidos- capaces de explicar el porqué de estas ausencias.
En la entrevista, la joven cuenta cómo la alianza de movimientos bolivarianos se empezó a construir en 2008, avanzando en los años sucesivos en la construcción y articulación de plataformas nacionales.
Todo ello coordinado por una secretaría operativa integrada por el Frente Popular Darío Santillán (Argentina), el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (Brasil), acompañados desde Cuba por el CMMLK y la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina; organizaciones que colaboraban desde hace tiempo en diversos escenarios y redes internacionales.
La entrevistada destaca que en la Asamblea fundacional participaron unas 240 personas procedentes de más 80 movimientos de 22 países, saliendo a relucir los casos de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (perteneciente a la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo-Vía Campesina) y la Federación de Mujeres Cubanas (parte de la Marcha Mundial de las Mujeres) como organizaciones de masas cubanas asistentes al foro.
Y ahí mismo cualquier lector medianamente informado del contexto cubano se haría la primera pregunta: siendo la práctica y defensa de la autonomía -frente al estado, los partidos y el capital- una cualidad central de los nuevos movimientos sociales latinoamericanos estudiados por Raul Zibechi y Maristella Svampa, ¿las organizaciones isleñas podrán aportar experiencias en este campo? ¿No son acaso organizaciones cuyo discurso, membresía y agendas sufren del verticalismo, fosilización y sujeción política a los designios del estado/partido, típicos del modelo leninista aún vigente en Cuba?
En la entrevista de marras, al ser interrogada sobre aquello que podrían aprender los actores cubanos de sus pares latinoamericanos, la intelectual alude a un conjunto de cuestiones interesantes pero vagas como el “aprendizaje en el sentido de organización, unidad y colectividad”, la “frescura que nosotros no tenemos”, el “carácter voluntario”, la “autorganización y la autoconvocatoria”.
Y, tras un uso recurrente de la primera persona del plural -significativamente útil dentro de la psicología y cultura política nacionales cómo forma de diluir/transferir responsabilidades- señala “Nosotros, por varias razones, hemos aprendido a ser disciplinados en extremo a la hora de organizarnos y convocar a algo.”
Semejantes interpretaciones podrían ser el resultado de la redacción de una periodista carente de espacio o, acaso, un reflejo de la endeblez analítica y el simplismo bobalicón que rodean al discurso y la praxis de buena parte de la Educación Popular y el tallerismo que se hacen en Cuba.
Pero creo tienen también que ver con una cultura política que se refuerza, incluso, en aquellos espacios que pretender ser alternativos, cómo forma de sobrevivir sin hablar frontalmente de “cómo está la cosa”.
¿Acaso el asunto de los déficits ciudadanos es algo meramente individual, volitivo o, digámoslo así, “cultural”? ¿No atraviesan toda la institucionalidad cubana estructuras de mando y castigo, patrones de orden y obediencia y experiencias de vidas y proyectos truncos que han ido moldeando, dentro de la sociedad, ese sentido de pasividad y temor a la innovación en temas sociopolíticos?
¿Tiene la misma responsabilidad el delegado de barrio que intentó romper la desidia burocrática o el periodista censurado hasta el cansancio que aquellos que decidieron, con todo su poder e impunidad, joderles la vida y los sueños a muchos cubanos –incluidos militantes revolucionarios- de a pie?
Otra confusión sustantiva es creer, como expresa la entrevistada, que la diferencia fundamental entre gobiernos y movimientos sociales radica en que los primeros están sujetos a lógicas electorales, cortoplacistas y al diálogo/concesiones con otros actores; mientras los segundos se basan en una lógica de largo plazo, donde construyen un “acumulado político, desde abajo y con calma”. Al parecer todo se reduce a un problema de tiempos y alianzas, mientras el tema neurálgico de las funciones y lógicas de estos actores se invisibiliza.
En realidad, todo gobierno -con independencia de la ideología que le anime- intenta aplicar su ley y detentar el monopolio de la representación del colectivo cuyos destinos dirige: por eso líder, nación y pueblo se confunden, exprofeso, en toda retórica oficial. Por su parte, los movimientos sociales representan a los excluidos, cuestionan a los gobernantes, abren el espacio y las políticas públicas a nuevos temas y demandas.
Lo que la confusión de este discurso revela es una enorme debilidad e incoherencia de organizaciones sociales oficialmente reconocidas –y sus directivos e intelectuales orgánicos- para posicionarse con una agenda propia (no necesariamente adversa) a los gobiernos integrados en el ALBA. A estos últimos, la autonomía de los diversos actores afines les está resultando tan incómoda como la resistencia de otros movimientos sociales en los contextos neoliberales, a los gobiernos de derecha.
Obviamente, hay diferencias de fuerza, trayectoria y posicionamientos entre, por un lado, el poderoso MST -híbrido entre movimiento nacional y aparato burocrático- y el contestatario movimiento piquetero argentino; y las organizaciones cubanas, incluida una ONG prototípica con prolongaciones comunitarias (Red Educadores Populares) cómo es el CMLK.
Los primeros preservan la capacidad de interpelar a sus aliados gubernamentales, romper pactos, negociar agendas; los segundos tienen que esperar que les bajen línea o, a lo sumo, hacer un cabildeo de muy bajo perfil y paciencia salomónica, siempre con la posibilidad de que les den un portazo.
La misma integración de la representación cubana a los foros de la izquierda social continental -sometida a los designios del Comité Central y aprobada por los aparatos ideológicos y de contrainteligencia estatales- es un ejemplo de esta carencia de autonomía y agencia. Los lineamientos sobre qué temas apoyar y cuáles no también.
En ambos rubros mi experiencia reciente dentro de la sociedad civil criolla ha sido aleccionadora: recuerdo las broncas -y vetos- para participar en los Foros Sociales desarrollados en la década pasada y la desgarradora queja de una feminista nicaragüense por la postura insolidaria de sus compañeras de la FMC cubana ante la condena del dirigente Daniel Ortega, acusado de abusar de su hijastra Zoilamérica. Botones de muestra de la subordinación estatista de las organizaciones isleñas.
En el contexto cubano, sin embargo, existen otras organizaciones que, tras plantearse honestamente objetivos modestos, hacen importantes contribuciones a las agendas locales y temáticas (diversidad sexual, ambiente) de positivo impacto en la vida de la población.
En sus programas no se encontraran proclamas emancipadoras ni presunciones de transformar el mundo desde abajo, sabedores de sus límites reales de recursos, tiempo y contexto. Porque el trabajo barrial no es siempre sinónimo de empoderamiento, ni la capacitación un acompañamiento real frente a la acción (u omisión) de las administraciones que afectan la vida de las comunidades.
De ahí que, amén de lo celebrable de su trabajo y trayectoria, en entes cómo el CMLK se mantiene la tensión entre, por un lado, preservar el modo de vida –lucrativo en las condiciones cubanas -y el monopolio de saberes y discursos (Educación y Comunicación Popular)- de su personal profesional y, por el otro, la necesidad de confrontar aquellas políticas en curso -que amplifican el autoritarismo y la desigualdad sociales- y el apoyo a las demandas de mayor autonomía que, de cuando en cuando, despiertan entre sus tallereados.
En cuanto a las organizaciones de masas, los repetidos intentos de revivirlas en congresos recientes han abortado en el propio proceso de gestación, por los lineamientos obsoletos, la subordinación a las metas gubernamentales y la escasa representatividad de sus liderazgos, conservando una membrecía mecánica y apática lista para zafarse en el primer chance del pago de las cuotas y las reuniones en el horario de novela.
Si quiere verse qué significa ser y hacer movimiento social en el contexto cubano, sería más realista hurgar en el trabajo –a veces poco (re)conocido- de pequeños colectivos como los que forman el Observatorio Crítico y otras redes de activistas, cuya defensa de la autonomía y la autogestión ha implicado graves costes personales y colectivos a quienes las impulsan.
También de la explosión de arte urbano y autogestión cultural emergidos en la pasada década, así como de la lenta pero creciente recuperación del espacio público –y del derecho a la manifestación y protesta- por parte de trabajadores afectados por las leoninas regulaciones estatales.
Experiencias todas distantes de las modas y beneficios que permean las agendas de una alternatividad demasiado leal a los ritmos y mandatos gubernamentales. No se trata de apologías ni satanizaciones sino de evaluar, con objetividad, quien está empujando sin permiso, desde abajo y a la izquierda, los cambios en pro de un país mejor.
Tomado de Havana Times
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