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Por Marcelo “Liberato” Salinas
Con los gigantescos avances de la colonización estatal sobre la vida de las sociedades en los últimos 60 años, han ido ocurriendo dos procesos simultáneos en ámbitos aparentemente separados. Por una parte, una proporción abrumadora de las personas activas laboralmente constituyen funcionarios involuntarios de los estados, y por otro, la creciente pérdida de rating mediático de las sagas de espías y súper agentes especiales que pulularon hace unas décadas atrás en el cine y en la literatura.
Eso tal vez pueda explicarse porque hoy muchísimas personas vivimos en condiciones de hacer el trabajo sucio de esos espías, no tanto en misiones especiales, llenas de riesgo y adrenalina, sino simplemente reclamando, desde la agonía del largo fin de mes, los derechos que supuestamente tenemos a que nuestros Estados se encarguen mejor de nuestra existencia o, en el caso de nuestro Antonio Rodiles, orientarle a otro Estado cómo debe conducirse en la destrucción del nuestro.
Esas son simples acciones, casi gestos, que tienen el miserable valor de garantizar, por otras décadas más, la legitimidad y el incremento de la estatización de nuestras vidas y el consiguiente ensanchamiento de nuestra incapacidad para auto organizar nuestras condiciones de existencia. En otras palabras, son formas fáciles y sencillas de trabajar para la seguridad de los estados en las que todos podemos colaborar, si nos proponemos renunciar a nuestra dignidad sin esfuerzo.
Hasta donde podemos saber en este momento, con el régimen centralizado de desinformación global en que estamos viviendo, Antonio Rodiles no es agente de la Seguridad del Estado Cubano y no parece serlo tampoco de la CIA. Sigue leyendo