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Crónicas Cubanas

En recuerdo de San Marcelino Champagnat cuando se cumplen 200 años Maristas

Queridos lectores de Crónicas Cubanas

Ha llamado con mucha intensidad a mi conciencia y siento el deber espiritual de expresarlo en mis Crónicas Cubanas -que publico con el propósito de conducirme como cronista de mi época-, un correo recientemente circulado entre los que estudiamos en los colegios de los Hermanos Maristas de Cuba, por monseñor Emilio Aranguren, Obispo de Holguín y antiguo alumno Marista. Con un planteamiento esencial para todos los ex alumnos Maristas de Cuba que, entre otras cuestiones importantes, expresa textualmente en unos párrafos básicos: “La Congregación de Hermanos Maristas está celebrando el 200º aniversario. Somos parte de ella. Recemos y demos gracias… ¿No será este uno de los posibles caminos a tener en cuenta cuando leemos el texto del Mensaje del Superior General (Hno. Emil Turú FMS) con motivo de la Fiesta del Fundador, en la que insiste que hay que prepararse y estar dispuesto para ‘cambiar’?”.

En medio de la complicada existencia terrenal que he vivido, desde mis primeras enseñanzas recibidas a la fecha; con realizaciones
personales, luchas existenciales, logros, errores y reveses, todo ello propio de lo específica que es nuestra condición humana, he podido comprobar con mis ya muchos años de vida que, en lo más profundo de mi ser, se encuentran las luces y las semillas sembradas para siempre por quienes fueron mis primeros educadores maristas, incluso en medio de las imperfecciones y errores que toda obra humana tiene per sé.
Esta inquietud me ha acompañado desde hace muchos años y he podido expresarla abiertamente en mis crónicas y artículos más de una vez en virtud de mi condición de periodista, sociólogo e incluso teólogo laico, que he podido alcanzar gracias a la voluntad y las bases cognoscitivas y de virtud sembradas por mis profesores en el Colegio de los Hermanos Maristas de la Víbora en las décadas de los años 40 y 50 del siglo pasado.

Esto tengo que reconocerlo a plenitud y así he tratado de no perder ocasión para expresarlo pública y abiertamente en la medida que me he ido poniendo más viejo y a la vez más místico. Lo he afirmado con un especial sentido de reconocimiento autocrítico de mis propias culpas y de la necesidad de reconciliación con quienes, como “El Sembrador” de la parábola, sembraron en mí la virtud, la honradez, la fuerza de voluntad y el amor. En especial quiero reiterar una mención de lo que el pasado año 2016, con motivo de un nuevo aniversario de San Marcelino Champagnat fundador del Instituto de los Hermanos Maristas, planteé como reflexión muy personal al respecto de que “lo que bien se enseña nunca se olvida”; y que además en íntimo sentimiento expresé también que: “reconozco que tengo una deuda de gratitud que no se paga con bienes materiales, por muchos que puedan ser en el mundo, establecida para siempre con quienes sembraron en mí la Fe, el amor por la virtud, por la justicia y por la Paz” (1)

Al leer el correo circulado por el Sr. Obispo de Holguín y con un muy especial sentido de la dialéctica como motor de la vida que es en realidad movimiento, considero que la posibilidad de cambiar siempre todo lo que deba ser cambiado y de prepararnos para el cambio que con el movimiento de la vida constantemente se nos presenta, constituye la principal alternativa con que deberíamos continuar adelante todos los cubanos, ex alumnos Maristas o no, en las complicadas circunstancias que estamos viendo en la Cuba actual y en el mundo que nos ha tocado vivir.

Consideración que planteo en este 200 aniversario Marista a partir de mis convicciones cristianas, en mi peregrinaje rumbo a la Casa que no se acaba en donde nos espera a todos el Padre Celestial para juzgarnos por medio de su Hijo Unigénito, Dios y Hombre verdaderos, de acuerdo con lo que se plantea en Mateo 25, 31 en adelante con lo cual culmino mi crónica. “Venid benditos de Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, estaba desnudos y me vestiste, enfermo, y me visitasteis, en la cárcel acudisteis a mí… En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicisteis…” (BJ, Mt. 25, 31 al 40).

Los que tengan oídos para oír, oigan e interpreten el profundo significado exegético y hermenéutico que tienen estas palabras que expresan un programa esencial de vida para todos los seres humanos.

Así lo pienso y así lo expreso en mi derecho a opinar con mis respetos al pensamiento diferente y sin querer ofender a nadie en particular.