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Por Rogelio M. Díaz Moreno

No cabe duda que el acontecimiento noticioso del pasado año 2016, en Cuba, fue el fallecimiento del ex –presidente, Fidel Castro.

Recuerdo que cerca de la medianoche del 25 de noviembre, me encontraba de paseo con unas amistades. Íbamos por la Quinta Avenida, del municipio Playa, en la capital, cuando nos pasaron por al lado unos jóvenes, casi adolescentes. Aparentemente, salían de algún centro recreativo nocturno.

Espontáneamente, se nos acercaron y nos dieron, muy ufanos, la noticia. Al haberse extendido con anterioridad, varias veces, tal rumor, no le dimos mucho crédito. A la mañana siguiente, ya se pudo comprobar la veracidad del hecho.

Aquellos jóvenes me impresionaron como superficiales; imprudentes, como mínimo. Ellos no tenían forma de saber quiénes éramos nosotros. En el peor de los casos, podían haberse tropezado con agentes de seguridad, que les hicieran pasar un mal rato. Juzgando siempre por las apariencias, no provenían precisamente de un estrato que sufriera pobrezas materiales. Luego, con esa juventud, ¿qué podían haber vivido, que les hiciera aborrecer a una persona, mayormente inactiva desde que ellos eran tiernos bebés?

Este encuentro es solo una anécdota insignificante. El acontecimiento desató inmediatamente la furia mediática que era de esperar. Las voces del gobierno llegaron al paroxismo en sus manifestaciones de culto a la personalidad. Es cierto que se descartaron estatuas o el nombre del fallecido para instituciones públicas. Sin embargo, los
pronunciamientos oficiales, la televisión y la radiodifusión nacional saturaron todos los espacios durante semanas, si es que se puede decir que ya terminaron. Una canción homenaje, trasmitida hasta el agotamiento, estableció para el fallecido el mismo nivel que Jesucristo en los altares caseros.

Se recordará la asistencia masiva de muchas personas a las
convocatorias. Yo las contemplaba con una mezcla de impresión y escepticismo. Innegablemente, el fallecido ha gozado de un carisma extraordinario, hasta después de muerto. Cualquiera de nosotros conoce muchas personas en este país que defenderán sinceramente su legado.

Una profesora mía de la Universidad, por ejemplo, eligió presentar sus respetos en su cuenta de Facebook. Fue atacada por personas no toleraban tales actitudes y yo escribí algo en apoyo de mi profesora. Ahora bien, sintomáticamente, la mayoría de aquellas personas a quienes creemos sinceras en su tributo, ha pasado determinadas edades. Entre la juventud, no se notan los mismos ánimos.

Se sabe que muchas personas que acudieron a las plazas y firmaron juramentos no han sido ni la mitad de sinceras. Un número considerable no tiene otro proyecto, para su futuro, que no sea el de emigrar y olvidarlo todo. O medrar, gracias a los privilegios alcanzados en la escalada de las jerarquías establecidas. O perseguir, en casa, proyectos de vida completamente capitalistas. Lo saben esas personas; lo saben sus maestros, sus colegas, sus jefes, sus subordinados. Lo saben los políticos nuestros y los ajenos. Lo saben los periodistas que escribieron los reportajes.

Las manos agitadas y los gritos con la consigna de turno complacerán temporalmente a quienes viven de estas cosas. Los que viven en contra, encuentran en lo mismo la confirmación de sus principios. Empero, quien pretenda aportar realmente a las fuerzas de izquierda
anticapitalista, no puede satisfacerse con superficialidades. Es una necesidad estratégica, tanto para las urgencias de hoy como para la vida de mañana, buscar sentidos y claves trascendentes en ese proceso conocido como revolución cubana. En este sentido, es vital entender el rol e influencia de Fidel Castro.

Con motivaciones disímiles, hay quien identifica la revolución cubana como ideal y legado del fallecido líder. Tanto desde la afinidad al oficialismo, como desde su oposición. La figura de FC parece haber alcanzado, después de muerto, un estatus más divino aún, o diabólico según el caso.

Los ideólogos del gobierno no están interesados en otra cosa que no sea la glosa incondicional. Se descarta totalmente reconocer la naturaleza humana, que nos lleva a todos a arrastrar debilidades y cometer errores, más terribles cuanto más incuestionables. Imaginen la posición de quienes quisieran otros tipos de balances. Podrá comprenderse a quien haya tenido un sano miedo a las consecuencias de una nota mínimamente discordante, en un espacio autoritario.

Al final, tenemos que tener el coraje y pasar por este punto. El eslogan de “yo soy Fidel” se ha oído en boca de demasiadas personas. En jóvenes muy semejantes a aquell@s que me encontré en Quinta Avenida, que pronto se irán del país. En dirigentill@s que mañana serán procesados por delitos comunes de corrupción. En burócratas enquistad@s en sus dañinos vicios.

Encaramos unas condiciones inéditas, en los retos de trabajar por un mundo mejor y posible. Por fuerzas de la naturaleza, la llamada Generación Histórica cede paso a las siguientes. El último presidente estadounidense, Barack Obama, efectuó un giro radical, del conflicto abierto hacia un espacio de maniobras diplomáticas. El flamante mandatario, Donald Trump, entra como bólido agresivo e impredecible. El auge de los llamados gobiernos progresistas en Latinoamérica, amistosos con Cuba, se agota. La economía nacional y la mundial no prosperan y muchos factores más complican el panorama.

Los adalides de la reacción reverdecen sus sueños de restauración capitalista en Cuba. Nos llaman a recapitular, por enésima vez, sobre las bondades de un gobierno de transición hacia el sistema “normal”, con los mitos de las llamadas economías de mercado y democracias pluripartidistas. Actúan en esa dirección, desde las esferas económicas e ideológicas.

Dentro del mismo gobierno actúan no pocas fuerzas a su favor. Cada vez se crean más condiciones tendientes y favorecedoras del capitalismo en Cuba. Por más pronunciamientos bonitos que se hagan, las realidades socio económicas tienen leyes muy claras, muy fuertes, muy estudiadas por el marxismo serio. El camino al socialismo no pasa por entregar los espacios a los grandes capitales internacionales y a la (no tan) pequeña burguesía local.

Construir en Cuba una sociedad alternativa, más justa, más amable hacia el ser humano entendido holísticamente e integrado al medio ambiente, es un propósito no abandonado. Para avanzar hacia tal objetivo, no caben ingenuidades. Es necesario proseguir el debate crítico y productivo, para extraer experiencias favorables en la praxis socio política local. Muchas personas deseamos sacar adelante los complejos ideales de esta revolución, su matriz originaria, sus sueños de libertad, solidaridad y justicia.

Desde la primera hasta la última instancia, para que sean legítimas, el sujeto pueblo, más específicamente la clase trabajadora, habrá de protagonizar cada episodio de tan compleja, romántica y posible gesta.