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Por Félix Sautié Mederos

El tiempo de Adviento -que comenzamos hace algunos días en medio del Duelo Nacional por la desaparición física de Fidel-, conformado por los cuatro domingos previos a la Navidad que para los cubanos tradicionalmente es la Noche Buena del reencuentro familiar, el amor, la paz y la esperanza, constituye un muy importante período litúrgico del Calendario Cristiano, que siempre me ha motivado un especial sentimiento de «esperanza esperanzadora», como diría don Pedro Casaldáliga, importante referente de la Teología de la Liberación en Latinoamérica. Me refiero a una espera ante lo que ha de venir, en función de lo que plantea el significado del término en cuestión. Esta liturgia cristiana abre una etapa propicia para el examen de conciencia, que nos conduzca a los firmes propósitos de las enmiendas necesarias que requieren nuestras faltas y errores. Así como también para la preparación de la Navidad, en que se conmemora el nacimiento de un niño que significó el más dramático cambio de la historia de todos los tiempos. Por esa circunstancia navideña de alegría y paz, la historia universal la analizamos con una periodización de dos grandes conjuntos de acontecimientos que se desenvuelven antes de Cristo y después de Cristo; o como se les desee clasificar más allá de lo religioso: de Antes de nuestra Era o Después de nuestra Era.
Cada nuevo Adviento escribo una “Crónicas Cubanas” dedicada a su significado y propósitos, que bien pudiera clasificarse como una Crónica del alma y la esperanza, en la que descargo públicamente mis reconsideraciones de conciencia que se fraguan en mi Ser Interior, así como mis anhelos de futuro y sentimientos acumulados durante el año que siempre transcurre sin detenerse. Me refiero a un período litúrgico de reconsideraciones y motivaciones, en contraste con la alquimia retardataria espiritual que algunos intentan poner en práctica desde sus destacadas y circunstanciales posiciones sociales y de poder, para detenerse ellos mismos y detener a los demás en el tiempo, que siempre avanza en espiral hacia adelante; y tratar de entorpecer los ritmos de cambio, que el movimiento de la naturaleza y la sociedad nos imponen durante su curso inexorable. Me refiero a un Espíritu de cambio que añoramos internamente y que nos acerca al final también inexorable, que con la muerte nos hace cambiar de sustancia y espacio para entrar definitivamente en el tiempo de la eternidad. Son leyes de la naturaleza que no se pueden detener.

El arribo del Adviento este año 2016, ha estado cargado de
acontecimientos cruciales que nos vislumbran el cambio de época que ya transcurre en este Siglo XXI, para el que evidentemente no estamos preparados y que algunos además desafían infructuosamente tratando de detenerlo y/o de usarlo para la expresión de sus oportunismos, sus rencores y sus odios que emponzoñan a la vida de los demás. Constituye un cambio de época que coincide controvertidamente con el peligro que arrecia día a día de que por causa de nuestras desidias, indiferencias y egoísmos liquidemos la vida en nuestro planeta, junto con una creciente inestabilidad internacional de guerras en el Medio Oriente y de las incertidumbres creadas por el inicio de la Era Trump en los Estados Unidos de América. En tanto que en Cuba nos abrimos hacia un futuro que se nos viene encima aceleradamente, enmarcado en un Punto de Inflexión que ya no se podrá negar y que requiere enfrentarlo con fe, amor y paz, con la mayor agilidad posible. En este orden de pensamiento, quiero expresar que después del Triunfo de Trump en los Estados Unidos y de sus amenazas al proceso sociopolítico cubano; y además con motivo de la desaparición física de Fidel, en este Adviento 2016 pienso que muchos podrían preguntarse: Bueno, ¿y Ahora qué?

Mis criterios más profundos como primera consideración al respecto de esta pregunta virtual, me hacen pensar que los que estábamos apurados no estábamos tan desacertados, porque en realidad el tiempo se estaba acabando y ahora ya se acabó. No obstante considero que más importante que entrar en reconsideraciones de lo que debió ser y no ha sido y/o de realizar juicios extemporáneos de lo que la Historia se encargará de juzgar inexorablemente, como respuesta básica a la interrogante planteada deberíamos proceder sin más demoras a cambiar todo lo que deba ser cambiado con agilidad, precisión y eficacia.

Finalmente como colofón, quiero recordar lo que se plantea en el Evangelio al respecto de los tiempos y las esperas. Lucas relata el diálogo de Jesús con un discípulo que le responde con dilaciones a su llamado de seguirlo: “Te seguiré Señor, pero déjame antes despedirme de mi casa. Le dijo Jesus: Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto en el Reino de Dios” (Lucas 9, 62.). Antes en la misma Perícopa, Cristo había respondido a otro discípulo que le había pedido una tregua para ir a enterrar a su padre: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete anunciar el Reino de Dios” (Lucas 9, 61). Jesús fue ágil, preciso y radical en la definición de las prioridades que la vida nos impone en cada momento. A buenos entendedores pocas palabras y quienes tengan oídos para oír ¡oigan!, porque estamos plenamente inmersos en la Hora de los Hornos, como diría nuestro apóstol José Martí. Así lo pienso y así lo afirmo en mi derecho de opinar como revolucionario libre de rencores desde adentro de mi país, con mis respetos para el pensamiento diferente y sin querer ofender a nadie en particular.

Publicado en el periódico Por Esto! de Mérida , Yucatán , México, el lunes 12 de diciembre del 2016.