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Crónicas cubanas
Por Félix Sautié Mederos
La Virgen de la Caridad del Cobre y la extendida y extraordinaria devoción que su imagen ha propiciado entre los cubanos desde 1612 a la fecha. Incluso antes de que hubiéramos desarrollado a plenitud una identidad cultural especifica y más allá de que fuéramos creyentes o no, ha devenido sostenida por el tiempo un genuino símbolo de identidad nacional y un especial afecto compartido que nos identifica a los cubanos donde quiera que estemos dentro o fuera del país, el que no puedo eludir referirme cada nuevo 8 de septiembre, día de devoción nacional cuando la celebramos como Patrona de Cuba. Su respeto, consideración y devoción es algo que nos identifica a los que nacimos en este archipiélago del Caribe en nuestra condición de identidad nacional, que no nos la puede arrebatar nadie por mucho poder temporal que ostente. Negársela a alguien tal como ha sucedido recientemente, constituye un exabrupto autoritario sin validez moral alguna. La Caridad del Cobre y la cubanía devienen un todo intrínseco que en mi opinión no se puede separar. No se logró en los oscuros tiempos del Ateísmo científico ya derogado; y no se logrará mientras que Cuba sea Cuba y los cubanos seamos cubanos. Así lo considero y así lo planteo como su devoto y como cubano de pura cepa que soy, lo que constituye mi más profundo orgullo nacional.
La generalizada devoción y el incrementado aprecio hacia nuestra Patrona, concebida como Reina y Madre de todos los cubanos en el devenir de nuestra historia Patria, constituye un fundamental componente de identidad cultural y nacional, quizás el primero desde cuando aún no teníamos escudo ni bandera, símbolos sagrados de la Patria que se integran en una trilogía que nos da ánimos y esperanzas para continuar adelante. Es mi visión y quiero reiterarla una vez más en estos aciagos momentos de nuestra historia, en que el hastío y la desesperanza pugnan por adueñarse de nuestras conciencias y nuestros sentimientos.
He sido, soy y me considero, un testigo de excepción por mis ya muchos años de vida; que desde que tengo uso de razón puedo dar testimonio fehaciente de los sentimientos populares que he percibido y
experimentado personalmente hacia la Caridad del Cobre incluso en mi familia de libres pensadores masones. En estas circunstancias, en los últimos cincuenta y tantos años, he estado presente en las muestras externas de devoción pública y/o silenciada, prohibida y/o autorizadas de amor cubano por Cachita. Puedo decir en consecuencia, que en los momentos más difíciles de las vidas de mis compatriotas ella, ha sido Madre espiritual de acogida y consuelo, siempre junto a nosotros. Me refiero pues, a un rasgo esencial de la espiritualidad cubana y la identificación nacional, aún más allá de lo religioso específicamente, ubicado en lo esencial de la cultura que nos identifica como nación .
Este año 2016 de nuevo, pasando por encima de mis achaques estuve presente en la Basílica Menor de la Caridad en su día conmemorativo del cumpleaños de María de Nazaret, templo mariano ubicado en el corazón urbano de mi barrio de Centro Habana y allí vi y viví los desbordamientos populares por el día de la Virgen cubana. Quiero dar testimonio en especial en esta ocasión de la animación directa y cercana del nuevo Arzobispo de La Habana, S.E. Monseñor Juan de la Caridad García Rodríguez, quien hizo gala en esta oportunidad de la caracterización de su nombramiento como “pastor con olor a ovejas” cercano al pueblo, y recorrió personalmente, antes de la procesión y la liturgia, las calles aledañas al templo cuajadas de fieles devotos a quienes saludó con la sencillez de un vecino nuevo que se presenta a los del barrio. Buen augurio de inicio para quienes no conocían de sus andanzas pastorales y luchas en el Camagüey “agramontino” que incluye a la provincia de Ciego de Ávila en donde era su Arzobispo, genuino discípulo de Monseñor Adolfo Rodríguez Herrera epónimo primer arzobispo camagüeyano, a quien un día le auguro que estará en nuestros altares.
Cumplo pues, con mi propósito de ser un cronista de mi época y no lo puedo hacer independiente de mis más caros sentimientos espirituales porque me refiero a cuestiones del alma en mi 78 aniversario, con el sentido que otras veces he reiterado de que en la medida que me hago más viejo me siento más místico, algo que también quiero trasmitir de nuevo a mis lectores como legado de lo mucho que he vivido y de lo mucho que amo a mi patria, a su cultura, a sus tradiciones y a nuestra Virgen de la Caridad. Para terminar, además quiero citar lo que con emoción proclamó en su homilía de esta conmemoración patronal del 2016, por cierto en mi opinión, pletórica de palabras y conceptos directos y comprensibles, libres de rebuscamientos literarios que me recordaron la, por mí muy querida prosa del “yo teresiano castellano”, franco y preciso de la Doctora angélica, que quiso darle uso pastoral nuestro nuevo Arzobispo en la Basílica habanera de la Virgen de la Caridad: “…Que nunca falte el amor en nuestra Cuba…”.
Así lo pienso y así lo expreso con la más profunda emoción cubana, en uso de mi derecho a opinar, con mis respetos por la opinión diferente y sin querer ofender a nadie en particular.