Por: Marcelo “Liberato” Salinas.
“Donde hay espíritu hay sociedad. Donde no hay espíritu se impone el Estado. El Estado es la sustitución del espíritu (…) [pero] No basta que llamemos al espíritu, él tiene que venir con La libertad como destino, Julio César Guanche y el socialismo republicano en Cuba. Comentarios fraternales de un anarquista amigo.
nosotros.”
«el Estado es una condición, una cierta relación entre seres humanos, una forma de conducta humana; lo destruimos formando otras relaciones, comportándonos de forma diferente»
Gustav Landauer Incitación al socialismo (1911)
En un país donde los personeros del Estado cubano se han labrado un sólido monopolio sobre la representación de lo que es ser de “izquierda”, contando además con intelectuales que trabajan día y noche en función de ello, con pingües salarios y privilegiada presencia mediática, un libro como el de Julio César Guanche La libertad como destino. Valores y tradición en el siglo XX cubano, es una rara avis, que viene a sentar las bases para incitar a acciones mínimas pero fundantes que permitan rehacer no sólo la condición y la identidad “de izquierda”, cosa que creo necesaria pero siempre insuficiente, sino también específicamente el anti-capitalismo y el anti-autoritarismo en Cuba, algo que hay que enunciar sin timidez alguna, en tiempos de tanto neoliberalismo justiciero, pasado como socialismo.
Galardonado con el Premio UNEAC de Ensayo en 2012, el libro prestigia a una institución como la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba que no ha dejado de tener una funesta historia, sirviendo de soporte intelectual de algunos de los más vergonzosos hechos que han garantizado ese monopolio de la representación de la “izquierda” en manos del Estado que antes aludíamos. ¿Tributa este libro premiado a abatir ese monopolio o a diversificarlo o, usando una palabra de moda, complejizarlo?
Sin ser una camisa de fuerza para no abordar otros asuntos derivados de ella, esta pregunta girará insidiosamente como una sombra hambrienta sobre las páginas que siguen, expresión de una necesidad ya agónica de catalizar y clarificar el mapa político y el plano de actuación de un movimiento anti-capitalista y anti-autoritario en Cuba, que está en camino de sufrir otra derrota, frente a la exitosa transición desde un capitalismo monopolista estatal, ya rancio, a un flamante capitalismo bicéfalo, protagonizado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas y el capital transnacional yanqui y sus acólitos, y que amenaza, terrible en su nueva eficacia, con convertir logros intelectuales como los que contiene el libro de Guanche, en adornos razonados de una nueva dominación, administrada por una derecha nacional más locuaz y eficiente en la gestión de nuestras obsesiones liberatorias.
- Revolución, un glorioso concepto ambiguo
En una sociedad como la nuestra donde la idea de revolución, con toda su carga de heroísmo y martirologio, se ha convertido en un principio normalizador y sublimante del status quo imperante, no sorprende que en un libro como La libertad como destino… desde sus primeras páginas se declare que para “ampliar el rango de las soluciones a los problemas planteados para el país” sea necesario “…ampliar las posibilidades de inclusión dentro del perfil ideológico revolucionario…”. Frente a esta sobre-presencia de la noción de revolución en los escasos espacios de la izquierda en Cuba, es preciso señalar las consecuencias de un uso continuadamente acrítico de este concepto.
El término “Revolución” carga, después de un intensivo y prestigioso uso universal casi durante dos siglos, de una ambigüedad de significaciones muy peligrosa para las intenciones liberatorias de aquellos que nos hemos definido como de izquierda, puesto que bajo el manto de esta palabra se le ha dado legitimidad a programas de acción e idearios que sólo han contenido modificaciones sociales tibias y hasta directamente negativas, cuyos propósitos no han ido más allá de modernizar los sistemas de dominación existentes y eficientizar el disciplinamiento de los subordinados refractarios a los planes revolucionadores, en lo cual han insistido.
Fue tan anchuroso el prestigio de este término que hasta la extrema derecha fascista italiana y española lo utilizaron. Textos como La revolución nacional sindicalista y los trabajadores (1939) del reconocido historiador español Santiago Montero Diaz o Espíritu de la revolucion fascista (1934) de Mussolini, más allá del supuesto ejercicio demagógico que le achacó a ese movimiento la izquierda de post-guerra, son textos que hablan de esa nefasta polivalencia de un término tan convocado para aclarar supuestamente el mapa político cubano.
En la historia de Cuba, “revolucionarios” se autodenominaron en algún momento de sus vidas individuos con orientaciones sociopolíticas tan disímiles como Ramón Grau San Martín, Fulgencio Batista, Sandalio Junco, Antonio Guiteras, Blas Roca o Fidel Castro, quien lo introdujo casi definitivamente en la retórica estatal cubana, por sólo citar a figuras de esa diversa izquierda que existió en esta Isla.
Toda esta indeterminación cae con su peso inmenso sobre una parte del texto de Guanche cuando luego de afirmar su intención de ampliación inclusiva del perfil ideológico revolucionario, reconoce de pasada que “…hay toda una discusión revolucionaria (…) que hurga también en las diferencias irreconciliables entre [las] formas de concebir el socialismo y el comunismo.” De un libro como el de Guanche esperábamos que tema tan crucial como este- los importantes antagonismos presentes entre algunas corrientes de izquierda, irresolubles dentro de un pluralismo superficial- no fuera simplemente presentado de pasada, pero no fue así…
- Propósitos loables
No obstante a estos notables escoyos Guanche mantiene incólume su propósito de “afirmar [que] la fortaleza de los consensos ideológicos radica en la diversidad de ideas y en la capacidad que encuentran estas para integrarse”, por lo que en la página 56 nos confesará explícitamente que su propósito es “Actualizar la idea de revolución ´imaginarla a la altura de este tiempo´ tras la experiencia histórica del último siglo [para] preguntar cuánto ha avanzado, o cuánto debe cambiar la idea del socialismo desde el punto que se formuló”. Sobre cómo el autor de La libertad como destino lleva a cabo esa actualización y cómo contribuye o no a romper ese monopolio de la representación de la izquierda a manos del Estado nos parece crucial en la indagación sobre este libro y es lo que intentaremos hacer.
Raúl Roa será la brújula de este loable batallar actualizador de las ideas socialistas en Cuba que se propone Guanche, quien en este libro da continuidad al rescate y re-conocimiento de uno de los pensadores marxistas independientes más fecundos e intensos entre los de su tipo en Cuba y a la vez uno de los menos conocidos, más allá del famoso título de Canciller de la Dignidad, probablemente acuñado por el Líder Máximo, en su eficaz uso de las palabras para el bronce.
Teniendo en mente a Roa y al tejido de actores e ideas socialistas en Cuba que genera su evocación, es que Guanche expresará otro de sus propósitos para este libro, de lo cual dirá: “La mejor manera de ´utilizar´ a las personalidades [de la revolución] es la de no dejarlos descansar en paz, contrastar sus ideas con la experiencia que les siguió, discutirlas, e intentar hacerlas participar de manera renovada de la imaginación que sobre la revolución se ha de ir produciendo” lo cual vaya contribuyendo a “…recuperar cuerpos de pensamiento, sistema de valores, herencias yacentes, desarrollos que no llegaron a completarse (…) poner esa tradición al día, haciendo que discuta con la teoría y las prácticas políticas contemporáneas.”
Bajo esta óptica es que el libro de Guanche logra ser uno de los pocos textos publicados en Cuba que al menos hace sucinta mención a los anarquistas en la Isla y su escamoteada historia, en particular a la figura más significativa del anarquismo sindicalista en el siglo XX cubano, Alfredo López en la página 68. Más allá de esto, el silencio nuevamente se hace norma. Tendríamos que llegar a la página 150 para que Guanche, haciendo un levantamiento de las fuentes del tipo de marxismo que ejerció Roa, nos acerque a la valoración que hizo este de los anarquistas españoles, en la llamada Guerra Civil que asoló ese país en los años 30. Pero los anarquistas en Cuba, los que fundaron aquí el anti capitalismo como corriente de ideas, que crearon a la largo de toda la Isla escuelas obreras y populares, un semillero de sindicatos locales multirraciales que dieron lugar a la insoslayable Federación Obrera de la Habana y luego la Confederacion Nacional Obrera de Cuba, donde antes no había ninguna instancia de auto-defensa de los trabajadores, asociaciones campesinas, cooperativas, revistas culturales, bibliotecas, periódicos para establecer redes de contra-información popular y proletaria, todo ello fue ignorado en los textos de Roa, así como también por Guanche en su plan de “recuperación de cuerpos de pensamiento (…) y herencias yacentes” que nos prometió en la página 13.
III. Los pequeños herederos cubanos de Maquiavelo
Compensando de alguna manera este vacío en su libro, Guanche dedicará esclarecedoras páginas, como pocas escritas en Cuba en el último medio siglo, a la trayectoria del primer Partido Comunista cubano, la organización política de izquierda que más arduamente ha trabajado para borrar la memoria libertaria y anti-autoritaria en Cuba. Siguiendo las huellas de esta aciaga organización pondrá el centro de su atención analítica en el momento que lo condujo a alinearse con quien ellos definieron en 1940 como una “magnífica reserva de la democracia en Cuba”, nada menos que al sargento-coronel, genio del oportunismo en Cuba, Fulgencio Batista. Las interioridades de esa alianza y sus orígenes son analizados por Guanche, haciendo uso de la perspectiva legada por Roa, como marxista independiente, testigo crucial de esta alianza entre el sargento dictador y el primer partido estalinista cubano.
Guanche señalará con toda claridad que la política de “Frente Popular”, desarrollada por los estalinistas cubanos de 1938 en adelante, no fue producto de la auto-revalorización de la ideología de estos, sino de la marginación en que cayó esa organización, cuando después de 1933 ninguno de los nuevos partidos surgidos en Cuba, quisieron aceptar la alianza con el Partido Comunista cubano.
Concentrados en estar cerca del poder político o tomarlo ellos, cuando se dieran circunstancias propicias (siempre por la orientación del Kremlin), es la representación más exacta que del socialismo han tenido los estalinistas cubanos, siguiendo la pauta internacional inaugurada por Lenin y su sucesor, que monopolizaron para sí la energía utópica que contenía el término “comunista”, deformándolo a la medida de su voluntad de poder y convirtiéndolo en sinónimo de otro régimen de opresión estatal, por lo que no es de extrañar que los acólitos leninistas en Cuba, tomaran la canallesca iniciativa de renunciar a ese término ya envenenado, transformándose en 1944 en “Partido Socialista Popular”
En ese mismo año su Secretario General Blas Roca, publicará Los fundamentos del socialismo en Cuba en su primera edición, donde describirá las conquistas del ciclo revolucionario de 1930-33 como la “derrota del tirano Machado”, el mismo con el que pretendieron negociar, y la introducción de “algunas importantes modificaciones al Estado cubano”, que no son otra cosa que la alabada como ineficiente Constitución del 40 y la alianza electoral con Batista.
Menos de 30 años después de estos aciagos sucesos, en la revolución de 1959 se volvió a reeditar esa presencia de los estalinistas cubanos en los devaneos del poder en Cuba. ¿En qué se diferenció la alianza PCC-Batista de 1938, de la alianza con el Movimeinto 26 de julio de 1958, en que se diferenció el Partido Comunista de la república burguesa neocolonial, del Partido Comunista que se incorporó a la revolucion triunfante de 1959, como para que una figura como Raúl Roa se halla incorporado a él? En este libro de Guanche no hay respuesta a estas preguntas.
Este vacío analítico de cuestión tan medular en La libertad como destino derivará, sin embargo, a un fecundo momento en el libro en el que Guanche recupera de uno de los textos de Roa, que no cita, una interrogante que va a la raíz subyacente de lo anterior: “dónde debe situarse la izquierda en un contexto progresista; qué hacer al presentarse como única opción viable o racional la elección del mal menor?” A esta pregunta de su maestro, Guanche responderá en la página 154: “ejercer el poder político desde el Estado sólo tiene sentido si se conserva la identidad del movimiento revolucionario. No servirá alcanzar el poder político si en el camino yace tendido el cuerpo del proyecto”
¿Es posible la sobrevivencia de un proyecto liberatorio después que se convierte en el poder político de un Estado? Nos preguntamos nosotros. En el empeño por responder afirmativamente esta pregunta Julio Cesar Guanche nos propondrá los fundamentos de su propuesta-proyecto de sociedad, su “socialismo republicano”, uno de los intentos contemporáneos más sistemáticos por responder afirmativamente esa pregunta.
Derivado de lo anterior en la página 163 de La libertad como destino señalará que una de las características de su apuesta por un socialismo republicano es que “…no se obsesiona tanto por la extinción del Estado como por cuál configuración política – el Estado entre las primeras- ha de servir para conquistar al mismo tiempo la justicia y la libertad y para cumplir las funciones que debe desempeñar un Estado revolucionario, mientras perviva el contexto del estado nación” puesto que –según él- “…para ser socialista, la forma republicana ha de ser el contenido institucional de la lucha anticapitalista y democrática.”
La libertad como destino…, además de un importante como inusual libro de historia de varias de las corrientes de pensamiento más significativas de la izquierda en Cuba y del tipo de marxismo que ocupó Raúl Roa, es probablemente el único texto que entre nosotros se ha planteado una perspectiva “socialista republicana” para ver tanto el pasado de diversas corrientes socialistas en Cuba, como el futuro de la llamada Revolución Cubana. El re-descubrimiento de Roa es parte de la búsqueda de una genealogía que confiera cuerpo y anclaje nacional a una tendencia de ideas, que en los últimos años ha tenido un vertiginoso desarrollo intelectual y concreciones políticas en gobiernos de países como Ecuador, Bolivia, en menor medida Venezuela o próximamente en España y ya en Grecia.
Julio César Guanche encuentra en textos de Roa de 1948 afirmaciones como “No es un nuevo mago, ni un jefe infalible, por muchos votos que arrastre, lo que el país necesita. Lo que el país necesita es un ciudadano capaz, responsable, conocedor a fondo de nuestros problemas y con verdadero sentido político (…)” (En: Viento sur. Editorial Selecta, La Habana, 1953) Estas posturas de Roa en 1948 acoplan orgánicamente con el socialismo republicano que nos propone Guanche en el que se puede concebir el proyecto liberatorio “por la vía de la socialización del poder (…) pero pone el acento mayor en su ciudadanización.”
Julio Cesar Guanche encuentra en Roa, no sólo a un formidable crítico del régimen estalinista, algo silenciado en el perfil del posterior “canciller de la dignidad”, sino que halla en él un tipo de impugnación al régimen totalitario que se instauró en Rusia y que es diferente a la que plantearon Trotsky, Gramsci o Rosa Luxemburgo, tres de las figuras más valoradas dentro de la iconografía marxista internacional. Para Guanche, Roa impugna el totalitarismo que inauguró el nuevo Estado en la URSS desde “los valores que le infunden objeto y sentido a la vida humana: soberanía del espíritu, estado de derecho, gobierno representativo, justicia social y conciencia”
- las benéficas palabras y sus implicaciones
De este legado adquirido de Roa, Guanche a partir de la página 163 nos presentará una de sus tesis de fondo: “para ser socialista, la forma republicana ha de ser el contenido institucional de la lucha anticapitalista y democrática”, derivado de esta concepción sobre el socialismo es que él pondera a la figura del ciudadano y el proceso de ciudadanización, puesto que él detecta que “ no parece haber en el cuerpo del socialismo marxista un término que cumpla el papel que juega el ciudadano en la lógica del pensamiento republicano (…) [porque] el ciudadano es una institución política, en cambio el proletariado es un sujeto histórico”
Si algo llama nuestra atención en esta trama analítica del socialismo republicano que nos propone Guanche son tres cosas interrelacionadas:
Lo primero, la forma en que opera este cuerpo de pensamiento para alejarse del estudio de las trayectorias históricas de las prácticas de comunización concreta que han producido y producen los sujetos populares, subalternos, etc., a lo largo de la historia cubana e internacional. Cuando Guanche en unas líneas más debajo nos dice que “La sistemática incapacidad de que el sujeto edifique su institucionalización, y lo haga para reconstruirse en cuanto sujeto es una catástrofe para las revoluciones”, es una afirmación que introduce una sesgo des-historicista (“sistemática incapacidad”) que, apelando además a un sujeto en singular, supone la existencia de un tipo central, único, unitario de actor social emancipador que, si bien ya no es el proletariado, debe estar sujetado a un ordenamiento teórico o jurídico previo, que ha sido la ilusión de muchas de las más significativas tendencias marxistas del siglo XX .
Guanche pudiera decirnos que cree y es partidario de algo que nuestro prolífico compañero Ramón García Guerra no se avergüenza en definir como un Estado-facilitador del proceso de liberación social. Más allá del contrasentido que pueda contener esta propuesta, ella conduce a Ramón García a afirmar a línea seguida en su texto que él es “partidario de la comunidad”, lo cual lo obliga a una perspectiva de análisis que presta atención tanto a los ordenamientos teórico-jurídicos que hace Guanche para el advenimiento de ese Estado-facilitador, pero Ramón García también atiende analíticamente a las prácticas comunizadoras de los sujetos populares, como se hace evidente en buena parte de sus variados textos.
Pero estas dos perspectivas unificadas no las encontramos en La libertad como destino. En las páginas de este libro tenemos un impulso por superar las nocivas ficciones proletaristas creadas por los estetas y los estrategas de los Partidos Comunistas, para impedir las creaciones y experiencias de los proletarios concretos. Pero en vez de plantear un análisis para comprender y superar las limitaciones históricas de las acciones liberatorias de esos sujetos sociales en Cuba, Guanche echa mano, en sustitución, a otras nuevas ficciones: las ciudadanistas, a las cuales le asigna altas funciones que garanticen “…enarbolar la realización del Estado de Derecho, atravesado por una perspectiva popular como bandera de un nuevo socialismo.”(p.167)
Es precisamente esta “perspectiva popular” a la que Guanche echa mano sólo de manera enunciativa la que no vemos desplegarse en su cuerpo de análisis, con lo que deja fuera de su campo de estudio las prácticas que crean esos sujetos populares, cuando aún no se han degradado en “masa popular” y tienden a producir Deberes sin Estado y no solamente Estados de Derechos, una línea de análisis dentro de los estudios contemporáneos de constitucionalismo que ha venido desarrollando, con sus consabidos constreñimientos académicos, el llamado pluralismo jurídico.
Y aquí pasamos a la segunda cuestión que nos sorprende de la perspectiva socialista republicana que nos propone Julio César Guanche, que es la escasa atención analítica que se le presta en el libro a la evolución que han sufrido en las décadas después de Roa hasta hoy, las relaciones concretas entre los Estados de Derecho realmente existentes y los ciudadanos realmente existentes, así como los efectos que está produciendo el funcionamiento de esa relación en las culturas políticas, en sus variaciones nacionales, que sostienen a esos Estados.
Si en la época en que más brilló la labor intelectual de Raúl Roa, el totalitarismo más perceptible en el imaginario social fue el producido y universalizado por el régimen bolchevique y trasvasado a los regímenes fascistas, hoy está cobrando creciente visibilidad el totalitarismo que han venido produciendo las propias democracias modélicas realmente existentes. La figura más visible en el paisaje de esos regímenes democráticos de hoy no es el ciudadano consciente y activo frente a los poderes constituidos, sino un personaje crecientemente desalentador como es el consumidor medio ideal, apático en su satisfacción o activo sólo para los fines exclusivos del consumo programado, escaso de propósitos trascendentes, más allá de los ofertados por la máquina de deseos global , tendencialmente incapacitado para las formas de sociabilidad persona a persona y a la participación en empeños colectivos y dispuesto a aceptar con gusto formas autoritarias que le ahorren tiempo de ocio.
Este sujeto está bien lejos de ser el protagonista necesario para llevar a cabo el proceso de ciudadanización que nos propone Guanche y su socialismo republicano, el cual hace un preocupante silencio sobre ese totalitarismo, que convive de manera no-antagónica con los Estados de Derecho y penetra hasta lo más profundo de la conciencia ciudadana con placer y sin esfuerzo doloroso alguno, gracias a la convergente interacción entre las sofisticadas industrias de producción masiva de deseos y, por otro lado, los hábitos mentales que generan la lógica de los “derechos adquiridos” de delegar y transferir la responsabilidad de los individuos hacia las instancias superiores, logrando que las respuestas ciudadanas más comunes frente a ese entramado de condicionamientos sea la defensa acrítica de ese régimen o la tímida, como sobrevalorada, abstención de masas. Estos comportamientos masivos no son sólo producto de las invocadas idiosincrasias nacionales, son también resultado del funcionamiento de un patrón de gobernabilidad global, cuyas pulsiones emanan desde el corazón mismo de la sociedad tecno-industrial y sus Estados.
Siendo el ciudadano un protagonista central en la apuesta política-teórica del socialismo republicano de Guanche, no se percibe en el libro un acercamiento analítico a la trayectoria de ese actor en su condición de figura no sólo jurídica sino también social. Un individuo como Ted Kaczynzki, siendo uno de los promotores y teóricos más notorios del sabotaje a esa sociedad tecno-industrial con Estados de Derechos, ha mostrado desde su celda en la Penitenciaria de Máxima Seguridad del Estado de Colorado, más comprensión hacia los factores que constriñen el despliegue de los individuos en la actual sociedad tecno-industrial, que las propuestas socialistas republicanas.
Kaczinsky ha escrito que la sociedad que él ha saboteado obstaculiza estructuralmente la realización de los cuatro momentos de lo que él llama, tal vez de manera inexacta, el “proceso de poder” de la persona, que según él consta de cuatro momentos: meta-esfuerzo-consecución de la meta-autonomía. ¿Qué nos dice el socialismo republicano que nos presenta Guanche sobre el funcionamiento o no de estos factores constitutivos y cómo los percibe en la conformación del ciudadano? Abordar esta cuestión nos parece importante para sustentar las bases antropológicas del sujeto medio, que debe protagonizar la apuesta ciudadanista ponderada por el socialismo republicano.
Un tercer aspecto que nos llama la atención en La Libertad como destino… es la escasa atención que presta este texto, auto-enmarcado en la tradición de pensamiento del socialismo republicano, a cuestiones como el federalismo, el municipalismo y en general a las problemáticas sobre el ordenamiento territorial-espacial de un proyecto de Estado socialista republicano como el que asume Guanche, asunto de larga presencia en el republicanismo, sobre todo el español, que tan amplias resonancias tuvo durante varias décadas en Cuba. Una cuestión que, por demás, nos parece significativa porque quizás ese republicanismo socialista español de los años 20-30 y algunas de sus figuras significativas, que tan amplia presencia tuvieron en la Cuba del siglo pasado, sea quizás una de las fuentes de pensamiento de Roa y no solamente los marxistas europeos que él refiere.
En términos más generales podemos afirmar que La libertad como destino… es una muestra puntual y precisa de cuánto ha avanzado la internalización y universalización del Estado en las últimas siete décadas en Cuba y el mundo. Es en este contexto que Guanche puede afirmar con toda serenidad en la página 171 que la contribución más significativa que puede hacer un corpus teórico socialista es “…formular una teoría y desarrollar una práctica sobre los límites del poder estatal en el socialismo…” Es decir, el socialismo republicano, al menos en la versión que nos ofrece Julio Cesar Guanche, asume que las llamadas “dictaduras del proletariado” que conocimos en el siglo XX no fueron otra cosa que nuevas tiranías sobre los trabajadores, y en eso coincidimos, pero en vez de plantearse las condiciones conceptuales y prácticas necesarias para su impugnación y superación, nos presenta una acuciosa propuesta para su adecentamiento institucional y su formalización jurídica en un nuevo Estado socialista republicano, transfiriendo el foco de autoridad de ese nuevo socialismo desde los burócratas de los partidos comunistas de antaño a los juristas y legisladores socialistas republicanos de hogaño, lo cual a todas luces nos parece una enunciación que contiene un retroceso de grandes proporciones en el pensamiento y la practica liberatoria acumulada en Cuba y el mundo.
Pensar el socialismo así, como una teoría y una práctica solamente para la limitación del Estado en el siglo XXI no es otra cosa que trivializar- aún más- el proyecto de comunización social, amputándolo a la medida de los variados programas de la familia ideológica de los liberalismos, con su común y superficial obsesión por la clásica “división de poderes” como el único horizonte emancipatorio posible, útil para dignificar los arreglos entre cúpulas, que hagan eficiente el uso de las distintas variantes de Estados policiacos realmente existentes hoy.
Este retroceso despliega todos sus efectos prácticos a continuación en la página 172, cuando Guanche introduce en su propuesta de socialismo republicano a los partidos políticos, como una de las expresiones fundamentales de los derechos ciudadanos sobre los cuales se posicionará siguiendo a Roa: “La pluralidad de partidos políticos es consustancial a la conciencia cimentada (…) en el disentimiento (…) sin la libre concurrencia de aquellos la democracia carece de objeto y sentido.”
- Un silencio crucial y una herencia ausente.
En un pasaje como el anterior de un libro que tiene por propósito “…recuperar cuerpos de pensamiento, sistema de valores, herencias yacentes, desarrollos que no llegaron a completarse (…)” es desalentador constatar la forma en que queda ignorada, por Roa en su tiempo y por Guanche ahora, la existencia en Cuba de una línea de pensamiento crítico amplia y diversa en sus expresiones formales, sobre la actuación y la existencia misma de los partidos y los sistemas de partidos políticos en la historia de Cuba.
Un individuo nada activo en movimiento anti-autoritario alguno en su tiempo como el poeta guantanamero Regino Boti, pero autor de una obra con la que buscó dotar de sentidos más íntimos y cósmicos a la triste realidad guantanamera de su tiempo, asolada por la impune presencia de los capitales y las tropas yanquis en su región y por los efectos disociadores del monopolio de los partidos políticos y sus personeros sobre la gestión de lo social, expresó en una correspondencia fechada en 1922:
“Los mandatarios constituyen una clase social, un oficio: (…) el de los políticos. Son intereses antitéticos los del pueblo y los de los políticos. Lo que conviene al pueblo perjudica a los políticos. Lo que perjudica a los políticos conviene al pueblo. Los políticos son una clase parasitaria.”
Treinta años antes, el Congreso Obrero de 1892 acordó una resolución sobre los partidos políticos en que señaló:
“Ningún sistema o principio que explique la existencia de la autoridad, ni que resuelva el problema de la miseria, nos ha sido hasta ahora propuesto por ningún partido político, por lo cual, y por la experiencia adquirida por los países en que se practican sus más amplios principios, creemos que el amor a la justicia de estos organismos es una farsa, que el sufragio universal es mentira, y que las demás libertades que se consigna en los códigos, ante la realidad lo son también”
Teniendo en cuenta esas experiencias del movimiento obrero cubano y siendo de origen obrero él mismo, tonelero para más precisión, y luego una de las figuras claves en las luchas contra la discriminación racial en Cuba, Martin Morúa Delgado, un año después, en 1893, llegaba a conclusiones semejantes, que en su trayectoria posterior abandonó:
“(…) ir floreciendo en las distintas manifestaciones de la vida civilizada, eso es lo que ha de dar a las clases de color el prestigio que necesitan en la vida pública y no la absurda pretensión de aparecerse con representación política ante el gobierno nacional (…), ante el cual se postran demandando merced.”
Habiendo vivido tempranamente la traumática experiencia de la violencia que desató el flamante gobierno nacional en la localidad de Cruces en noviembre de 1902, un individuo como José García, activo corresponsal del semanario anarquista Tierra! escribió en una crónica:
“(…) aquí hemos tenido el buen sentido de dejarnos por completo de la política (…) y convencidos hasta la saciedad estamos [de que] sea Juan, Pedro o Diego el que mandemos a gastar saliva al Parlamento, nada por nosotros hará, ni puede hacer, porque el medio ambiente en que se va a desenvolver se lo impide. (…) siendo la producción el elemento de la vida de la humanidad, siendo nosotros los productores que creamos toda la riqueza, y nos consumimos porque ellos nos las arrebatan, en nuestras manos está, de nosotros depende lo que pretendemos que ellos nos den, y que con seguridad no nos darán(…)”
José Antonio Ramos, autor de Manual del Perfecto Fulanista, uno de los primeros y más fecundos análisis del orden sociopolítico republicano cubano, contribuyó también a una crítica de los partidos políticos en nuestra realidad social. Para esto llevó a cabo en su texto una detenida indagación de la dinámica social que sostuvo el sistema político nacional de su tiempo, pero también de las prácticas y la cultura política popular que sostenían ese orden político. Así, después de una larga diatriba contra lo que él llama la nefasta influencia del “anarquismo doctrinal”, sienta las bases y fundamenta la necesidad de lo que en su época fue el sindicalismo anti-autoritario:
“La asociación y la organización del elemento obrero no debe hacerse con fines políticos, sino puramente sociales.(…) el obrero que resulta elegido por el voto de sus compañeros, deja bien pronto de ser elemento obrero para ir a engrosar el núcleo de la clase media. Y la sociedad cubana no ha ganado ni perdido nada con el aumento del bienestar de un individuo”
Todavía en el mismo encuentro fundacional del primer Partido Comunista de Cuba en agosto de 1925, un “desubicado” llamado Julio Antonio Mella trastoca el consenso pro-bolchevique que sin sobresaltos iba cuajando entre los presentes para expresar:
“…La gran masa del pueblo no vota (…) el pueblo no tiene interés por votar, sin embargo no hay conmoción mas grande que cuando hay una elección (…) En toda situación hay dos maneras de estar dentro: en pro o en contra. La campaña electoral es lo que más conmueve a Cuba. Los que están fuera de la política son los más decentes, tanto de los burgueses como de la masa proletaria…” Pero el acta de sesiones de ese día da cuenta que Mella junto a otros compañeros “retiró sus proposiciones” y finalmente dieron su aprobación a la nueva organización política.
Pero menos de diez años después, la sociedad cubana y en especial su vibrante movimiento obrero pudieron ver a qué niveles de incoherencia y extravío moral podía llegar esta novedosa organización, en sus propósitos de convertirse en un “partido de nuevo tipo”, al negociar su primera legalización con Machado en agosto del 33 (acto melindrosamente llamado “el error de agosto”), luego la alianza electoral con Fulgencio Batista en 1938, donde fraguarían el “ensayo general” que los conduce a la alianza triunfal con el M-26-7 en diciembre de 1958 y a su consagración definitiva con la refundación del nuevo PCC el 3 de octubre de 1965, que los convierte en figuras claves del poder en Cuba hasta hoy, toda una confirmación de los más negativos presagios de Julio Antonio Mella y Alejandro Barreiro en aquel fundacional Congreso.
VII.
En este apretado espacio que permite una reseña crítica, hemos sacado a colación algunas expresiones puntuales, pero creemos que significativas de una de esas tradiciones subyacentes en nuestra historia social que convoca Julio César Guanche para encarar los futuros que se avecinan. ¿Por qué queda ignorada esta corriente de ideas en La libertad como destino…? Más aún, ¿por qué asumir acríticamente de Roa que “sin la libre concurrencia de los partidos politicos la democracia carece de objeto y sentido? por qué asociar la noción de libertad al libre albedrío únicamente de los traficantes de “representación política”, de aciaga presencia en la historia de Cuba ? ¿Por qué el socialismo republicano de Guanche concentra su atención analítica casi exclusivamente en la institucionalidad formalizada, la única visible y controlable por el Estado y se desentiende de todas las demás expresiones asociativas de donde pudieran brotar germinaciones imperfectas, pero genuinas de socialismo?
Estas preguntas que creo de alguna relevancia para lo que se ventilará en Cuba en la próxima década son derivaciones de un libro que, como pocos de los publicados en Cuba en los últimos 25 años, da lugar a preguntas como estas o más dramáticas aún. Conocemos a Guanche y sabemos que su mayor propósito con este libro no fue dejarnos un manual de recetas socialistas republicanas listas para hacer, sino contribuir a delinear los contornos de un espacio vivo de análisis y propuestas liberadoras post- estalinistas que permitan dotar de nuevos contenidos al moribundo anti-capitalismo en Cuba hoy. En ese empeño nos sentimos identificados con él, pero a la vez insistimos en la necesidad de no perder de vista las limitaciones liberatorias que rápidamente emergerán de la “salida democrática”, que tantas esperanzas generan en contextos sociopolíticos postcomunistas como el cubano, pero que rápidamente se convierten en el adorno legitimador para la nueva cultura capitalista ya en curso. El socialismo republicano de Julio Cesar Guanche merecería que sus propósitos fueran más allá de esta triste función.
Para plantearse una transformación social seria, profunda y sostenida, como la que demanda hace decenios este país y este mundo es preciso, como ya han señalado otros compañeros, que esos empeños dejen de jugarse en el estrecho terreno ya diseñado para el juego alternante entre los partidos políticos, para pasar al amplio terreno de la experimentación socio-económica-cultural autónoma, que dé lugar a espacios y prácticas en común que sean capaces de ir expresando en hechos concretos una posibilidad de convivencia diferente a la que de sobra y asqueadamente conocemos y que nos inspiren y sublimen para poner lo mejor de nuestras energías y vidas en ello.
En el preciso decir de un compañero como Emilio Santiago Muiño (El Pilu), esto debe lograrse “desde realidades humildes, pero que funcionen, que aporten soluciones, en el aquí y el ahora, además de embriones para las nuevas instituciones sociales por venir”, lo cual él lo abala con la riquísima experiencia del Centro Social Rompe el Círculo en el barrio de Móstoles en Madrid. Esperamos con atención que las grandes cuestiones que se nos vienen encima inciten a Julio César Guanche y su demostrada capacidad intelectual, a sumarse a fundar caminos que produzcan realidades humildes y que vaya más allá del brillante, pero seguramente desalentador, ejercicio de “formular una teoría y una práctica sobre los límites del poder estatal en el socialismo”.