Por: Marcelo “Liberato” Salinas.

Es una sabia ironía de la historia que en los mismos días de inicios de enero en que se cumplieron 57 años del recorrido de la Caravana de la Liberad, con la que recibimos el regalo de la emancipación de las manos del caudillo y sus barbudos del Movimiento 26 de julio, estemos viviendo un momento crítico de encarecimiento salvaje de los productos de nuestra alimentación más básica, producidos en los campos de la Isla.

Hay muchas personas decentes en Cuba que vivieron ese momento de júbilo y conservan intacto el espíritu justiciero de esos días, pero, a la misma vez, no esconden con honestidad lo difícil que les resulta hacerse una idea coherente sobre lo que está ocurriendo en Cuba hoy y qué relación pueden tener aquellos hechos luminosos de enero de 1959 con esta deprimente realidad que vivimos hoy, movida por un feroz espíritu de lucro particular que nos inunda por todos lados y frente al cual parece que lo único razonable y posible de hacer es pactar y congeniar con él.

Para los que nacimos dos décadas después y no vivimos directamente los días de esa caravana triunfal, pero nos labramos un sentido de la vida basada en el culto a la dignidad propia y la de los demás y el rechazo activo a cualquier forma de autoritarismo, a contracorriente del ambiente de regimentación espiritual y verticalismo militarista en que derivó aquel arrebatador regalo de la libertad de enero 1959, este inicio del 2016 nos muestra los efectos perversos que puede producir la dependencia mental a nuestros liberadores, la desprotección colectiva y la incapacidad e indolencia que podemos ser capaces de generar, frente al callejón sin salida al que nos conduce el juego de amigos-enemigos entre los representantes del Estado paternalista policiaco y los agentes del libre mercado en Cuba.

A casi cuatro generaciones de cubanos expuestas a la maquinaria estatal de fabricación de opiniones masivas, dominada por los estalinistas en la Isla, nos puede resultar difícil entender cómo después de más de medio siglo de supuesta revolución socialista en Cuba, sigamos viviendo bajo un capitalismo estatal, que luego de expropiar a todos los propietarios existentes en la Isla, se ha convertido en el más grande e inoperante propietario que ha existido en la historia de Cuba, que no ha permitido la autonomía alimentaria en la isla, ni siquiera respecto a los productos más básicos de nuestra alimentación.

El pasado 29 de diciembre el Noticiero Nacional de la Televisión Cubana nos hizo un extraño regalo de fin de año, al concedernos el banal privilegio de ver la negativa capacidad de ese capitalismo estatal doméstico de centralizar la búsqueda colectiva de soluciones socializadoras a los problemas que nos aquejan y los pedestres roles a que se ven obligados a asumir los que tienen el control de la sociedad que ellos liberaron .

Afortunadamente, o no sé si lo contrario, el periódico Granma publicó una versión taquigráfica exacta de lo ocurridos allí que dramatúrgicamente como espectáculo político se pudiera dividir en tres escenas:

Escena 1: Un diputado toma la palabra y expresa su preocupación con la espiral de los precios de los productos agropecuarios, señalando que un grupo de especuladores no puede determinar el precio de producciones que son adquiridas por ellos a tres y cuatro veces menos del precio que finalmente lo venden. Algo tiene que decidirse para detener ese proceso, como topar precios entre la oferta y la demanda o algo por el estilo, porque él es de los que considera que la alimentación de un niño es más importante que un montón de dinero. [Los presentes hacen un aplauso moroso, indeciso y apagado]

Escena2: Raúl Castro toma la palabra para afirmar que coincide con el compañero y que algo debe hacerse con ese problema [aplauso rotundo]… “varios de los que estamos sentados en esta mesa compartimos esa opinión que se acaba de verter aquí, si esa no es la solución definitiva, tenemos que buscar una solución provisional hasta que no exista la doble moneda…pero esa situación no puede continuar…” Comenta que él quería venir a introducir ese tema en la sesión y le pide a Machado Ventura que le confirme si él no le comunicó esa preocupación antes de entrar. Rául expresa que si Cuba se ha enfrentado victoriosamente al imperialismo más poderoso cómo no puede hacerlo con un grupito de pillos que viven del pueblo. Alguna medida temporal debe tomarse aunque nos equivoquemos…nosotros estaremos a disposición de lo que proponga Murillo y la Comisión Económica [aplausos] uno y si hay alguien que quiera hacer una propuesta que la haga [nadie toma la palabra]

Escena 3: Murillo toma la palabra para expresar que “yo siempre estaré al lado de Raúl”, y “yo también me siento como persona y como ser humano, como parte del pueblo.” [Ningún aplauso]

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I.
Este sintético pasaje televisado de una de las sesiones de la Asamblea Nacional para muchos ya debe ser una narración ya insustancial, que no merece ni una de las cuartillas que le dedicamos, pero para nosotros es una muestra puntual de que los timoneles del capitalismo estatal cubano no tienen la más mínima idea de qué hacer con los problemas que nos han creado y que lo único seguro con que podemos contar es con su tradicional capacidad de gestionarlos, es decir mantenerlos tal y como están pero pasándoselos al control de la policía y al todopoderoso Departamento de Seguridad del Estado

Desestimar la responsabilidad que tenemos los cubanos de a pie en el mantenimiento de nuestra crisis alimentaria crónica peculiar, es una de las actitudes esperables que se deriva del mito de que el 8 d enero de 1959 recibimos el “regalo de la libertad”, “de la mano de Fidel”, como parte de un “Pacto de amor con la historia”, frase que da título a un artículo publicado el pasado 6 de enero en el periódico Granma, que retrata con nitidez concisa la continuidad de la mentalidad despótica benevolente de nuestros actuales mandantes y sus portavoces mediáticos, heredada de aquellos padres fundadores de la patria burguesa del siglo XIX.

Para garantizar el predominio de los puntos de vista de nuestros liberadores hace 56 años, en 1960, ellos prohibieron que saliera a la circulación un pequeño libro que en una de sus páginas afirmaba “(…) En Cuba la iniciativa del pueblo en el desarrollo revolucionario ha sido muy débil y no hay control del pueblo. Eso puede ser peligroso.” El garante de esa afirmación había sido antes testigo y protagonista de otro momento crucial en el siglo XX, la revolución española de 1936-39. Comparando la Cuba de 1960 con la España de 1936 observó:

“En España se hizo la colectivización. En Cuba se crearon cooperativas bajo la dirección del Estado. (…) mientras en España las incautaciones de las tierras fueron realizadas por la población rural misma y las colectividades eran la obra de los campesinos, en Cuba no hubo tal iniciativa del pueblo. La transformación económico-social fue iniciada por Fidel Castro y sus compañeros (…) Si en España todo empezó desde abajo, aquí todo proviene de arriba. Eso puede ser muy peligroso” ( Agustín Souchy: “Testimonio sobre la revolución cubana”, 1960)

II.
Cuando vimos en la televisión la noche del 29 de diciembre al diputado Israel Pérez con su propuesta de “topar precios” de los productos agropecuarios nos pareció un sincero y atormentado inocente buscando una solución rápida y sencilla de hacer, para un problema en el cual se van mensualmente casi la totalidad de los ingresos de la mayoría absoluta de la sociedad, pero también con sus palabras no podíamos dejar de mirar más lejos y ver el espíritu ya materializado de ese peligro que Souchy percibió en 1960 de recibir de manos de un Estado justiciero la realización de la igualdad y la justicia.

Porque demandar al Estado que vuelva a “topar precios” no es otra cosa que pedirle que militarice los mercados con inspectores incorruptibles que sólo duran 24 horas con mucha suerte; “topar precios” es, en un total contrasentido, pedirle al Estado en quiebra que gaste más en nosotros… para que ganen menos ellos, los dueños de todo y sus socios los pillos que pagan impuestos; es llenar las calles (¡otra vez más!) con esos jóvenes inocentes devenidos en arrogantes trabajadores sociales, que ya asolaron este país por iniciativa del gran hermano; “topar precios” es, en fin, pedirle a los que nos gobiernan que se vuelvan a equivocar, como ya señaló con honestidad el general-presidente.

Pero antes de este arresto de honestidad, él y su hermano durante muchos años prefirieron continuar y profundizar la dependencia a la mega producción de azúcar heredada del dominio yanqui, porque les ofreció los recursos para financiar de manera expedita la creación del que fue por años el Ejército más grande y moderno de Latinoamérica, lo cual les permitió tanto disuadir al voraz imperialismo yanqui, como también crear una nueva élite de privilegios jerárquicos, con su economía propia, que hoy es la más sólida y organizada clase dominante con que cuentan los adictos a la autoridad en Cuba.

Ellos se adjudicaron el derecho exclusivo y centralizado a la libre experimentación a escala de todo el país, sin escuchar criterio alguno fuera de su círculo íntimo, convirtiendo los errores corrientes del aprendizaje en libertad, en desastres de gran magnitud y larga duración que han tenido a la agricultura, sector básico y esencial de cualquier país, como uno de los más recurrentes escenarios.

En el discurso del 26 de julio de 1970, cuando los adversos efectos de la nociva zafra del año 70 se hacían sentir con rigor, el gran hermano reconoció que: “…nuestra capacidad en el trabajo global de la Revolución -especialmente la mía…nuestro aprendizaje como directores de la Revolución, fue demasiado costoso…” pero los años demostrarían que estos costosos errores eran parte de la marca de su estilo personal y no simples deslices coyunturales.

Sólo los monumentales e interesados subsidios de la potencia imperial soviética permitieron maquillar estos descalabros, pero ya desde inicios de los años 80 nuestros liberadores recurrieron a las funestas bondades de los mercados libres campesinos, basados en la llamada ley de oferta y demanda , pues con esa discutible ley económica los actuales dueños del Estado cubano creyeron y creen bien que pueden cambiar algo y mantener el control esencial de todo, pues su lógica es y ha sido muy clara: si el autoritarismo estatal se queda sin recursos, las armas melladas del autoritarismo mercantil pueden ofrecérselos …

III.
Y aquí estamos otra vez a las puertas de otra crisis especulativa con los precios de los productos agropecuarios como la de inicios de los años 80. Ahora lo que nos presentan como el origen del problema es algo que ellos mismos crearon con su habitual entusiasmo centralizado: la cooperativa de comercialización de productos agropecuarios El Trigal, al sur de La Habana, un verdadero Frankestein tropical, donde se ha establecido, con el ambiguo ropaje cooperativo, algo muy parecido a una bolsa de valores agrícolas, en la cual hoy por hoy se están definiendo las tendencias de precios de los productos agrícolas en todo el país, por una capa de vividores oficiales.

El pasado 7 de enero en medio de uno de los picos especulativos más salvajes que hayamos vivido sobre los precios de productos agropecuarios, otro artículo del periódico Granma reseñó la visita de Miguel Díaz Canel a una finca exitosa de Cabaiguán, en Sancti Spíritus, donde expresó que “No basta con producir”, “hay que encadenar la producción agrícola con una correcta comercialización como mecanismo para contrarrestar los altos precios en el sector”.

Que el candidato a presidente de Cuba por la familia gobernante para el 2018 haga esta afirmación, denota la buena labor de marketing político que están desarrollando sus asesores, pero qué significa una “correcta comercialización” para el compañero señor Díaz Canel?

Creo no equivocarme demasiado si afirmo que más allá del ansia de volver a tener en sus manos un potente monopolio de producción-transporte-comercialización, como tuvieron en algunos momentos de mayor bonanza, él y sus tutores no tienen la mas mínima idea de qué quiere decir esto, porque ellos dedicaron más de 50 años de sus vidas a controlar y destruir las escasas posibilidades prácticas con que contaba la sociedad cubana para que desarrollara nuevos hábitos de autonomía y trabajo libremente asociado, formas horizontales y directas de intercambio, sin la mediación funesta del dinero o de los funcionarios estatales, con lo cual nuestros liberadores reforzaron los negativos patrones de comportamiento popular que fomentó aquella república de papel, a base de desempleo masivo crónico, predominio del dinero como valor supremo, rechazo masivo del mundo rural y sus estilos de vida y un apoyo entusiasta al régimen de diversión urbana estandarizada, como expresión palpable de la norteamericanización cultural, tan familiar en Cuba.

Luego de más de medio de siglo de precaria liberación nacional todas las aciagas tendencias anteriores retornan con la fuerza redoblada del rotundo fracaso en el empeño por combatirlas. Ahora, los dos hermanos y su séquito de funcionarios, científicos, filósofos, pedagogos, y artistas se hallan envueltos en un complicado fuego cruzado: satisfacer y justificar la demanda creciente por un capitalismo nacional más liberal, internacional, actualizado y por tanto cada vez más despiadado y, por otro lado, mantener la ilusión popular, inducida por ellos mismos, de que son los altos dirigentes los únicos capacitados para dar respuestas a los problemas que nos aquejan, porque ellos nos regalaron la libertad.

Como una respuesta a ese fuego cruzado, que produce esta fuga actualizadora hacia un capitalismo más normal, los timoneles del Estado cubano han ido facilitando en los últimos veinte años una visible presencia de los productores agropecuarios individuales o privados que ya son claves en varios renglones agropecuarios del país y simultáneamente han dejado de hablar de lo que una vez ellos mismos llamaron la alianza obrero-campesina, hermosas palabras que hoy pudieran contribuir a sanear el actual ambiente de lucro feroz, pero han sido sagazmente envenenadas por sus mismos propósitos de garantizar la preponderancia gubernamental y policiaca por encima de todo.

¡Alianza obrero-campesina! ¡Cuánta degradación campesina y obrera desde que se formuló aquel enunciado! y ¡cuánto descrédito ha sufrido entre nosotros los asalariados! Pero ¡Cuánto secreto temor produce esta bella frase en las mentes controladoras y expoliadoras de nuestros liberadores! Ello se puede percibir con el simple dato de que después de varias décadas de existencia de la supuesta “Cuba socialista”, según datos de la ONE entre 2000 y 2005, sólo el 5 por ciento como promedio de lo producido por los campesinos es vendido de forma directa a trabajadores, sin intermediarios estatales o privados, pero también es cierto que hasta la mañana de hoy no conocemos a ningún sindicato, CDR o Consejo Popular que se le haya ocurrido la básica idea de organizar vínculos de intercambio y beneficio mutuo entre ellos y los productores agrícolas independientes, ni periodistas interesados en promoverla.

Pero para resaltar las virtudes, en medio de este caos, del funesto monopolio estatal de Acopio sí aparecerán los “comunicadores sociales” del Estado, que se encargarán de maquillarlo para presentar en sociedad a una institución que en su larga vida entre nosotros ha sido la protagonista del expolio “socialista” a los productores agrícolas y la punta del iceberg de una agricultura revolucionaria que industrializó, envenenó, compactó y salinizó casi el 70% de los suelos de la isla, con empresas agrícolas gigantes diseminadas por todo el país, controladas desde oficinas climatizadas en Miramar, que superaron en devastación ambiental e indolencia a los monopolios azucareros yanquis.

Esa agricultura revolucionaria industrial ciertamente sí mejoró de manera masiva las condiciones materiales de vida del campesinado que existía antes de 1959, discutir lo contrario es ocioso, pero también trastocó profundamente los saberes, las moralidades, el sentido común, que nace del diálogo consuetudinario entre iguales, y la dignidad necesaria para ser campesino. Eso tal vez contribuya a explicar por qué muchos de los hijos más íntegros de los guajiros han huído gustosos y horrorizados de sus familias y comunidades, al esperanzador desorden de las ciudades tal y como lo hacen los animales cautivos respecto al monte, rompiendo todo lazo con el mundo seguro y opresivo que dejan detrás.

Pero nada de esto es tema de interés para los periodistas a sueldo del Partido Comunista Cubano, para ellos la presencia de “algunos pillos” que se aprovechan de los efectos del fenómeno atmosférico “El Niño” es la causa aceptable para explicar la crisis alimentaria y la espiral especulativa en curso. Como si “El Niño” no fuera uno de los subproductos de la suma global de los desastres ambientales y sociales que ha provocado la agricultura industrial en todos los lugares que se ha aplicado como en Cuba.

Ni la nueva dictadura mercantil (“el mercado”) que se va configurando en nuestra cotidianidad, ni la veterana dictadura policiaca paternalista (La Revolución”) que nos trajo la caravana de la libertad de enero de 1959, pueden resolver el creciente problema alimentario que estamos viviendo los que en Cuba dependemos de un salario. Esto lo podemos decir porque lo que comúnmente llamamos la revolución no es otra cosa que un Estado y, como todos los otros Estados, tiene como primera prioridad la sobrevivencia de sus grupos de poder y sus propios intereses, y eso pueden hacerlo junto a nosotros, sin nosotros o contra nosotros, siempre que garantice la obediencia sostenible, clave de la estabilidad social.

Por otro lado, no hay que leer muchos libros de economía para saber que los mercados, desde el más básico puesto de viandas que conocemos los cubanos de a pie, hasta los abstractos mercados financieros de las fulgurantes capitales del mundo, son escenarios de conflictos latentes o explícitos entre los vendedores y los consumidores, para definir quién obtiene la mayor ventaja, por lo que la primera actitud de un vendedor y un comprador, sea en Jatibonico, Londres o Yakarta es la hostilidad, el recelo y la desconfianza. En ese sentido, mercado es sinónimo de guerra y si no está recogido así en ningún diccionario importante es porque quienes dominan los mercados también controlan los contenidos de los diccionarios.

Y el Estado revolucionario cubano, como cualquier Estado corriente, está demostrando que, frente a las discusiones sobre la naturaleza de la dictadura del proletariado, inmanejables para ellos, se sienten más a gusto con la operativa tiranía del mercado, que de manera tan expedita puede garantizar el reforzamiento del ambiente de hostilidad, recelo y desconfianza entre los de abajo, que es fundamental para la existencia estable no sólo de los propios mercados sino de también de los Estados.

En este contexto general es que adquieren relevancia pública otras discusiones, más insustanciales e irresolubles, en torno a los mecanismos económicos para regular los precios y una pregunta crucial desaparece del escenario:¿Qué hay de imposible en que los productores y consumidores (prosumidores) trabajemos juntos en planificar nuestras necesidades relacionadas, sin los efectos antisociales del mercado o la planificación estatal? Puede algún sabio doctor en economía explicarnos, por favor ?… porque parece que el problema no es económico…