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Por Isbel Díaz Torres
Acabamos de presenciar la primera derrota electoral para el chavismo en Venezuela, y ahora todos los “pronosticadores” podrán comprobar cuán certeros o errados fueron sus respectivos augurios.
De muchas maneras puede leerse este resultado, por supuesto, y quiero aportar mi visión que, aunque no es todo lo profunda e informada que pudiera, al menos intenta no participar del silencio que muchas veces ensucia la imagen de las izquierdas a nivel global.
Lo primero que pienso es que vientos difíciles se avecinan para el presidente Maduro y también para el pueblo venezolano (que no es la misma cosa).
A Maduro y su élite, ya lo sabemos, le interesa mantenerse en el poder y garantizar la gobernabilidad de su país; pero su demostrada incompetencia junto con la presión de la mayoría del parlamento en su contra, serán un doble traspié que probablemente ni le permita llegar al final de su mandato.
Sé que tal cosa representaría un alivio para muchos, dada la abultada lista de desmanes y atropellos de ese gobierno, su gradual centralización y verticalización del poder y exclusión de las voces diferentes, violaciones de los derechos humanos, la vergonzosa corrupción de esa élite, sus políticas clientelares, todo a nombre de un socialismo cada vez más ausente de la práctica cotidiana y solo presente en los discursos del nuevo mesías.
Porque lo cierto es que en 15 años de chavismo los rasgos estructurales de la economía capitalista venezolana persistieron, y garantizaron el movimiento de millones de dólares a las élites burocráticas y empresariales, junto con transnacionales y banqueros.
Pero tampoco me alegro con la llegada de esta oposición, pues para la gente común en esa hermana nación tampoco será fácil. Las maniobras de la disidencia en muchos casos no fueron ni tan limpias ni tan democráticas como se autoproclaman, sin contar el hecho de tener la “defensa de la propiedad privada” como uno de sus ejes, lo cual dice bastante sobre las perspectivas para aquellos sin propiedades en el país.
Tampoco creo que la MUD aúne a todas las “fuerzas democráticas” de esa nación, ni que todas las fuerzas dentro de la MUD sean tan democráticas como se presentan. Por demás, la MUD ha jugado junto al gobierno, un rol decisivo en la polarización política y el clima tenso que se vive hoy en Venezuela.
Si las conquistas sociales del gobierno de Chávez se encuentran en franco retroceso y la pobreza se expande por el país, no me parece que sea esta coalición quien pueda resolver el asunto. De hecho, no sería descabellado pensar un intento de echar a tras varios de los programas sociales de Chávez.
Es por eso que, según mi criterio, pienso que no fue que la MUD ganara estas elecciones por su atractivo programa, sino que simplemente había que estar loco para votar por un partido como el PSUV, que aseguraría el mantenimiento de las calamidades actuales. Fue un voto castigo.
Ciertamente, no soy de quienes privilegia la labor electorera, ni gastar energías tremendas a nivel nacional para colocar a alguien en una silla, y sentarme a esperar que cumpla mis expectativas. No obstante, respeto y admiro en Venezuela a fuerzas que considero revolucionarias que sí participan de estos procesos.
Desafortunadamente, la tradicional rencilla al interior de las izquierdas, sus desencuentros, su falta de solidaridad en muchos casos, o la certeza de tener en sus manos la respuesta absoluta a los retos políticos de cada momento, sirvieron esta vez para garantizar que el poder fuera a parar a manos de la centroderecha venezolana.
La izquierda revolucionaria venezolana independiente (anarquistas, trotsquistas, marxista-leninistas, y otras) no logró articular un frente común que pudiera convertirse en opción ante la decepción generada por el PSUV; estrategia en la que la MUD sí tuvo éxito.
Huelgas, protestas, cierres de calles, movilizaciones, y otras acciones han tenido lugar en Venezuela en estos últimos tiempos, todas sin que respondan ni al PSUV ni la MUD; pero estos movimientos no pudieron alcanzar la articulación necesaria.
Mientras, un colega me señalaba la presencia entre las fuerzas de la MUD de Tamara Adrián Hernández, una abogada y activista Trans, quien se considera de izquierdas, y que ha mantenido una lucha tenaz por los derechos de las mujeres y la comunidad LGBT de su país. Vi en Internet unos pocos videos de esta mujer y me causó buena impresión su tenacidad y mirada crítica.
Tres cosas buenas pueden leerse, no obstante, de estas elecciones venezolanas. La primera se refiere a que la alta participación popular puede ser síntoma no solo de un malestar generalizado, sino de una voluntad también generalizada de cambiar las cosas.
La segunda es a la actitud cívica de respetar el resultado desfavorable en las urnas, por parte del grupo en el poder; lección supervaliosa sobre todo para el gobierno cubano, tan poco acostumbrado a reconocer derrotas.
El otro asunto se refiere a que, una vez instaurada la centroderecha en el poder (con presidente Maduro y todo), la labor de la izquierda puede ganar en claridad. Estos gobiernos autotitulados de izquierda muchas veces son más difíciles de combatir que el más descarnado programa neoliberal.
Los partidos, colectivos o movimientos sociales anticapitalistas debiéramos aprender que no basta con que alguien se coloque un cartelito de socialista o algo similar. A mí, por ejemplo, me basta con ver cuando el presidente de cualquiera de estas naciones progresistas, socialistas del siglo XXI, empieza a luchar por prorrogar indefinidamente su mandato… aún sin haber atropellado a nadie todavía…
A las izquierdas mundiales, sin embargo, esto nunca les sorprende ¿A dónde va a parar entonces la democracia?
Mientras, para el gobierno de Cuba, el panorama está cambiando más rápido que lo que sus avejentados dirigentes pueden digerir. Me parece que aún no han organizado totalmente el traspaso de “metrópolis económica” desde Venezuela hacia EE.UU.,y eso pudiera romperles algunos planes.
Es posible que en el poco tiempo que le queda de vida al chavismo, las élites militar-económicas cubanas intenten apresurar algunos ajustes para minimizar el impacto (aunque la inesperada crisis migratoria actual es una traba complicada).
Y mientras todos ellos juegan a la geopolítica, a las alianzas, a las negociaciones secretas, los pueblos de Cuba y Venezuela bien podrían ir anotando en una libretica, para que estas lecciones históricas algún día sirvan para algo.
Creo que, detalles aparte, es de lo mejor que he leído escrito desde la izquierda y desde Cuba. Felicidades Isbel.
En realidad no existe ninguna Venezuela Chavista como lo esgrime el articulista, Venezuela es acomodaticia, en plena era Bipartidista los Brasileños exiliados en el país nos llamaban «pequenos-burgueses» y cuanta razón tenían; esta izquierda trasnochada fue la que ascendió al poder y se enriquecido de manera grosera a tal punto que agolpa los aeropuertos del país en busca del odiado Imperio para hacer sus compras Navideñas, inclusive de antes de llegar HCH al poder. Es tal el grado de disociación de esta Izquierda que asume el fundamentalismo de Bolívar un Aristócrata Señorial del Siglo XIX como su doctrina principal desdeñando con ello el Marxismo, cuando es sus bases filosóficas desconoce a Karl Marx sustituyéndolo por El Mesianismo Fascista del procerato militar Venezolano. Esta Izquierda reformista y entreguista coincido contigo será muy difícil sacarla del poder, entre otro cumulo de cosas, ha establecido una Alianza con el Lumpen más reaccionario y este le sirve de control social en los miles de barrios miserables del país, los cuales le garantizan un poder de fuego solo envidiable al que tuvo en su momento Napoleón Bonaparte.