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Por Jesús Adonis Martínez Peña

No sabemos si el gobierno cubano ha leído a Faulkner cuando dice: “Entre la pena y la nada, elijo la pena”; pero, de haberlo hecho, por supuesto que en estos días ha decidido que Faulkner es un retorcido, otro loco lleno de ruido y furia.

Así que mejor elegir por nosotros la nada, esto es, no decirnos -al menos en este caso, y como excepción, vaya, porque ahí están en nuestros informativos los miles de refugiados sirios y las patanas mediterráneas- (casi) nada sobre los casi dos mil cubanos en viaje hacia Estados Unidos que permanecen varados en Centroamérica y que fueron rechazados a la fuerza (gaseados) en un paso fronterizo por el ejército de Nicaragua.

Al parecer, no es recomendable enturbiarle la existencia a la gente con testimonios e imágenes de penurias demasiado cercanas; alguien podría reconocer algún rostro de excederista y darle un ataque de solidaridad incontrolable y ponerse a exigir explicación sobre las presumibles gestiones gubernamentales a fin de interceder lo antes posible por esos compatriotas y sobre la inexistente protesta oficial para obtener una mínima satisfacción de los aliados sandinistas de Managua.

(Quizá algún matemático avezado y jodedor se ponga a sacar la cuenta y descubra que dos mil son muchos más que cinco, y que hay más de un niño en ese inesperado viaje hacia el Norte).

La noche del martes, el Ministerio de Relaciones Exteriores (Minrex) publicó con retraso ejemplar una nota en la que no solo desinfla la cifra de emigrantes atascados (dice: más de mil) para no inflamarnos demasiado las meninges, sino que omite la más mínima alusión a la odisea vivida por ellos en los últimos días. El comunicado admite, sin embargo, que esos “ciudadanos cubanos” dejaron la isla de manera legal y señala que, por tanto, las puertas están abiertas para el retorno. Uno supone –y, claro, el Minrex también- que nadie allí está interesado ahora mismo en regresar, pero el reconocimiento del vigente status de ciudadanía y de la regularidad de la salida de esas personas debería implicar el compromiso inexcusable del gobierno cubano en busca de una salida urgente a una crisis que se alarga.

Con todo y su apuesta retórica por una “migración legal, segura y ordenada”, la nota diplomática no ofrece otras garantías prácticas; es políticamente displicente, burocráticamente lite.

La Cancillería menciona en algún momento que ha mantenido contacto con los gobiernos implicados en el asunto –y también sabemos que La Habana ha sostenido tratativas migratorias con algunos países ubicados en el itinerario habitual de los cubanos que van desde Sudamérica hasta la frontera sur de Estados Unidos-, pero una vez más la ciudadanía, lo que a falta de un término todavía más pedestre llamamos aquí “el cubano de a pie”, no tiene detalles al respecto. Esperamos, a ciegas, que el problema se resuelva.

Claro, la conciencia de esa ceguera, la certeza de que alguien está interesado en que no se sepan estas cosas, la convicción (¡esa palabra!) de que se saca ventaja política del control informativo -del escamoteo, por ejemplo, de un tema tan sensible como este-, solo llegan a tenerla aquí, contradictoriamente, aquellos privilegiados que sí pueden ver o leer algo diferente y están más o menos interconectados con el mundo de afuera. Nadie en Mayarí Arriba o en Las Martinas –lectores de Granma, comedidos groupies de Serrano- está preocupado en este instante por el destino de los miles y miles de cubanos, desconocidos acaso, pero cubanos al fin, que se juegan la vida en la ruta Ecuador-Norteamérica.

Ya sabemos que la opacidad de las estructuras de gobierno en Cuba es proverbial, bíblica, y que nuestra prensa oficial… (¿qué decir?)… es solo el órgano ventriloquial-expectorante de esa maquinaria.

Coherente con la lógica paternal al uso desde hace décadas, nuestro sistema mediático nos protege de disgustos como a los niños de probeta que somos.

Pero de todas maneras, los miles de cubanos que ahora tienen algún familiar en Costa Rica o Nicaragua, los muchos miles que han tenido en los últimos meses algún ser querido en esa travesía –condimentada con extorsión, violencia, y toda clase de riesgos en manos de traficantes que cuentan con la tácita venia o la inoperancia de las autoridades locales- no han dejado de vivir, pendientes del teléfono, la zozobra, la duda, el miedo. Una situación solo contrarrestada en lo íntimo por la resignación ante lo inexorable (ellos ya no aguantaban un minuto más aquí) o la tímida esperanza (cuando lleguen estarán mejor-empezarán de nuevo-cumplirán su sueños).

El silencio en los medios no evita un ápice del drama humano que fluye en las arterias ocultas del país. Que la prensa calle, y que nosotros no tengamos las cifras de contagios y de muertes, no significa que la gente no se contagie o no muera por dengue o por cólera.

En cambio, se pierde la oportunidad de abrir una vía expedita para generar percepción de los riesgos reales que implican el aedes aegypti o el éxodo a través de territorios controlados por maras, cárteles de droga o de tráfico humano, coyotes, policía corruptos…

Desde su propia lógica, las autoridades de La Habana podrían aprovechar esta coyuntura para hacer campaña a todo trapo contra el doble estándar estadounidense en materia migratoria –contrario a lo que creen algunos, un cubano no es mejor, ni peor, que un mexicano o un salvadoreño- y, en particular, contra la Ley de Ajuste Cubano (1966), un artefacto de la “guerra fría” que otorga privilegios a los isleños recién llegados a territorio norteamericano y cuyo conjetural –y hasta ahora negado- desmontaje, después del 17D, es el imán que ha atraído la creciente ola de apresurados migrantes cubanos durante el último año.

Nuestros analistas políticos tendrían a mano las estadísticas y hasta un par de argumentos muy usados pero aún válidos en este caso para demostrar que Cuba, “a pesar del bloqueo y de la política de pies secos-pies mojados, etcétera”, no es el país del área que más exporta migrantes hacia Estados Unidos. La vertiginosa cifra de cubanos que ha viajado este año por tierra o por mar hacia aquel país palidece ante la marea de centroamericanos –incluidos muchos niños solos- que atravesaron las fronteras norteñas en 2015 y, sobre todo, en 2014. Como mínimo, los expertos al bate tendrían a la altura de las letras la facilona conclusión de que la gente migra casi siempre por motivos económicos, es decir, con independencia de los modelos sociopolíticos imperantes, ya socialismo tropical, ya capitalismo bananero; lo esencial sería –en el análisis de nuestros especialistas- el subdesarrollo, cuya génesis es histórica, secular, y del cual tiene, sobre todo en esta parte del mundo, inmensa responsabilidad el “imperialismo norteamericano”. Lo otro sería ajustarse a la evidencia. Porque, con todo y los “logros” de la Revolución, la zafra de los Diez Millones y otros épicos esfuerzos decisivos, la proyectada conquista del futuro y demás gimnasias verbales de ese estilo…, lo cierto es que –por culpa del asedio y de la guerra económica, dirían una vez más nuestros voceros- seguimos en el mismo mundo, el Tercero. Y, bueno, no hay nada más natural, al fin y al cabo, desde que el hombre es hombre, que emigrar.

Pero el gobierno y nuestra prensa no se atreven a encarar así, ni siquiera mínima y esquemáticamente, el asunto ante la opinión pública nacional. Atrapado en el binarismo de una confrontación de medio siglo, el discurso oficial en Cuba –ojo, no todos los periodistas, tal vez no todos los políticos en tanto individuos- se muestra incapaz de manejar los niveles más básicos de sutileza o complejidad y, por supuesto, desalienta en nuestro contexto el valor, intrínsecamente revolucionario, que se necesita para producir, poner en circulación y debatir libremente ideas e informaciones aparente o efectivamente contradictorias.

Acostumbrados, como pintores medievales, a representar nada más que santos real-socialistas y voraces demonios del más allá, nos preguntamos ahora dónde está el hombre. Desde fuera muchos se preguntan por el milagro cubano: ¿dónde están las manifestaciones populares que ya se hubieran destapado en cualquier otra parte del mundo frente a la mediocridad del día a día y las penalidades económicas, que es el karma indiscutible de la mayoría en este país? Desde dentro, caminando por las calles de La Habana, yo me he preguntado: ¿dónde estuvo la gente la tarde-noche del 17D, una fecha que pudo ser leída como victoria tanto por tirios como por troyanos? Desde cualquier región del espíritu humano, uno se pregunta: ¿dónde hemos estado los cubanos, por ejemplo, mientras decenas de ciudades de cualquier latitud se solidarizaban al unísono con los 43 de Ayotzinapa o en estos días, mientras el infortunio de casi dos mil paisanos saltaba de pronto a las pantallas y los diarios de medio mundo?

De alguna manera, todos estábamos (estamos) en el exilio. Quiero decir, no solo hay muchos cubanos por ahí en cualquier rincón del mapa. También hay quien se dedica aquí a (sobre)vivir su propio exilio interior, hecho a la medida de sus ambiciones y sus desilusiones particulares, y con frecuencia erigido con los restos de ciertas utopías venidas abajo y, sin dudas, (sub)alimentado con nuestra, en la práctica, magra dieta de derechos a la expresión y la articulación social por cuenta propia. La inercia es una de las peores variantes del exilio.

En la interpretación de cualquier estilo de escritura o de poder –que es, naturalmente, una escritura- con frecuencia es mucho más importante lo que no se dice. El profesor palestino e “intelectual laico” Edward W. Said afirmó en una ocasión: “Siempre me ha interesado lo que se omite. Me interesa la tensión entre lo que se representa y lo que no, entre lo articulado y lo silenciado”.

¿Por qué, una vez más en este caso nuestro, se elige representar la “nada” antes que la “pena” a que tenemos derecho? ¿No será porque las imágenes en nuestros televisores de dos mil cubanos –unidos ahora por la mala suerte en sus aventuras individuales, pero también por alguna dosis común de hastío- se parecerían demasiado a esas protestas (no de “mercenarios”, no de opositores ya tradicionales y sin demasiado respaldo) que no vemos en las calles?

Publicado en https://medium.com/@jessadonismartinezpena/la-elecci%C3%B3n-entre-la-nada-y-la-pena-dd23bc4326fb#.js38i34yc