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activismo, antimperialismo, cultura, debate, educación, espacio público, historia, HMS Argyll, ideología, imperialismo, izquierda, medios, memoria histórica, OTAN, participación, poder, política, Rogelio M. Díaz Moreno
Por Rogelio Manuel Díaz Moreno
En días pasados, activistas y blogueros cubanos afines al gobierno han estado muy activos en el campo del antimperialismo. De cierto antimperialismo, quiero decir, porque el militarismo y el
expansionismo ruso, con invasión de vecinos incluida, no les molesta tanto. En específico, el blanco de sus mayores invectivas lo constituye el reino de Noruega, cuya embajada les ha dado mucha tela por donde cortar.
No deja de ser cierto que los diplomáticos de aquel país tienen una curiosa e intensa actividad acá en La Habana. De esta forma, les han llovido las acusaciones por constituir una nación miembro de la OTAN, por ingerencistas, por tener una cabeza coronada y subvertir a nuestra inocente juventud.
Hay que pensar que estos antimperialistas nuestros se quedan un poco cortos.
No hace mucho se celebró la Feria Internacional de La Habana, el evento comercial que tiene sede en ExpoCuba. Fue cosa notable ver, cómo a las naciones europeas, varias miembros de la OTAN, se le tendió alfombra de gala. Recuerdo cómo el periódico oficial Granma relataba la celebración del día dedicado Portugal, el de España, miembros del mismo pacto militar que Noruega, aunque un poco más meridionales.
Claro, se trataba de atraer el capital de estas naciones. Porque los burgueses de Madrid y Lisboa, a diferencia de los de Oslo, son buenos y solo guardan para nuestro pueblo, amores y dulces intenciones. Al menos, yo no conocí ninguna diatriba de los blogueros oficialistas en contra.
Poco después visitó nuestro país el canciller de España. Igualmente fue recibido con toda la amabilidad gubernamental posible. Hasta se dio el gusto de ofrecer una charla académica sobre el proceso español de transicion, desde la dictadura de Franco hasta el sistema que tienen ahora que llaman democracia. Si fuera yo el que despotrica tanto contra los noruegos, no hubiera pasado por alto que ese sistema es actualmente objeto de gran polémica, por quienes le señalan un número de falacias políticas y sociales.
Por si fuera poco, ahora tenemos en las aguas de nuestra hospitalaria bahía habanera, una nave de guerra del Reino Unido británico, la fragata HMS Argyll. Por su nacionalidad, adivinen a qué alianza pertenece el mentado navío, que ha participado de alguna que otra campaña bélica allá por el Golfo Arábigo-Pérsico. Por cierto, que las visitas de estas naves inglesas parecen volverse algo común, por las veces que se han repetido en los últimos años.
Ahora, esperaría uno, los furibundos anti – Otanistas deben haber planeado por lo menos una manifestación, allá frente al muelle donde parqueó la HMS Argyll hasta el próximo jueves. Seguro van con las manos pintadas de rojo o algo así, para protestar por las criminales acciones agresivas del Reino Unido en Afganistán, Iraq, Siria, Libia y otros lugares del mundo. También para recriminar la actitud de Londres de ignorar los reclamos de descolonización de las islas Malvinas, territorio argentino ocupado. Motivos de preocupación se pueden encontrar de sobra; hasta en el hecho de que a la descuidada tripulación de ese buque se le fue la mano y dispararon un torpedo real por equivocación, mientras estaban de entrenamientos en su base de Davenport. Ese chisme lo encontré en Wikipedia, donde también se refiere que desaprobaron las pruebas del Almirantazgo británico llamadas Flag Office Sea Trainning en el 2007. Toda una joyita, la que tenemos entre manos.
Lo más probable, a pesar de todo, es que los blogueros oficialistas dejen pasar, nuevamente, la ocasión de expresar un antimperialismo coherente. Tristemente, ciertos antimperialismos son solo disfraces epidérmicos y oportunistas, para complacer al dispensador de favores y amo del pensamiento oficial.
Cuando leí el título del artulo en la cajilla de correos, di un salto. Sí un salto. De bronca. Segundos después, antes de leer el artículo, recordé el día cuando Karl Bildt ex ministro del exterior sueco hasta hace poco visitó Cuba. «Ya, joder, cagó Cuba»!, ese fue mi pensamiento. Este personaje Bildt es nefasto, fuera y dentro de Suecia. Por lo tanto, lo que me entero, ahora sí leyendo en artículo, no me sorprende.
Pero da bronca, y me hace pensar, al menos por un segundo; fue válido luchar?, fue válido la cárcel, tortura, desaparición de seres queridos?. De jóvenes nuestra mira era la Revolución Cubana, esa la verdadera, y ahora resulta que no ha cambiado mucho. Sí, cambios hubo, no son los tiempos de Batista. Lo que no ha cambiado es el Hombre que la Revolución iba a parir. Y, si el hombre no cambia en su escencia, de nada valen revoluciones, teoricos marxistas, reveadores de verdades, etc.
Quizás, lo dudo a esta altura de mi vida, deje de pensar políticamente, y me dedique a pavadas. Claro, que viviendo en Suecia, no hay mucho de diversión y todo es carísimo.
Que triste es desilusionarse, quedarse sin utopía.
Amelia:
Si te creíste el cuento, pero para ti. Cógelo suave, que lo que te falta por ver y por saber es mucho. Ahora mismo están saliendo documentos clasificados que muestran un contubernio asqueante entre los Castro y las dictaduras argentinas de Videla y Galtieri
Pero desde las bondades de Suecia cualquiera se puede dar el lujo de ser revolucionario y soñar con utopías . Lo jodido es hacerlo en bananalandia.
Yo creo que Eliseo Alberto lo dijo que ni mandado a pedir:
«A los comunistas los derrotó la tara genética del poder. Entrenados en centros de gran efervescencia sindical, expertos en unificar núcleos campesinos, estudiantiles o comunitarios, buenos incluso para la defensa oral de la justicia, no se conoce un solo líder del proletariado que, desde el trono de la nomenclatura partidista, no acabara haciendo exactamente lo contrario de lo que había prometido en las barricadas, cuando embrujaba a sus seguidores con la promesa de un cielo al alcance de la mano. Las víctimas predilectas de dichos caudillos fueron y son aquellos camaradas que se atrevieron y se atreven a criticarlos, por bien de la causa por la que habían soñado tantas noches de peligro. En franca contradicción, de frenética ceguera, y quién sabe por qué extraño mecanismo del demonio, los caudillos decidieron ablandar las organizaciones sociales que los llevaron al estrellato, quizás con la esperanza que olvidaran pronto lo que ellos mismos les habían enseñado. Cuba y la Unión Soviética (por sólo citar dos revoluciones triunfantes, la primera y la última) acabaron por preferir una clase obrera muda, desconfiada y temerosa, un campesinado medieval, un destacamento estudiantil apático, de universitarios mansos como gansos, un periodismo repetitivo y adulador, unas agrupaciones feministas aburguesadas hasta el ridículo —y cada «bastión», por cierto, defendido por el más sumiso de los súbditos disponibles. Por otra parte, no escatimaron ni escatiman esfuerzos en la fortificación de aquellos aparatos gubernamentales que les hicieron la vida un calvario durante la etapa de la lucha insurreccional; así presumieron y presumen ejércitos combativos, sistemas de seguridad y espionaje de modernísimas tecnologías, cárceles modelo, y así convencieron a medio mundo de que, lejos de lo que afirmaban traidores o desertores o cobardes o individualistas, el terror era el precio que debía pagarse por ser un pueblo digno. El cáncer de la prepotencia minó el cuerpo social de los gobiernos de izquierda, hasta quebrarles los peronés y provocar estrepitosas fracturas. Los «valientes» acabaron prefiriendo a los callados, los temerosos, los que se conforman con una cierta estabilidad personal. Benjamin Franklin dijo: «Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad». La Revolución cubana no supo (ni quiere) oír a sus críticos orgánicos y, una vez segura del cetro, cerró la posibilidad de curarse a tiempo de sus errores. La historia secreta de nuestro presidio político demuestra qué tan repulsivo puede llegar a convertirse un hombre, un grupo de hombres, cuando le niega a un semejante el derecho a pensar diferente y expresar sus opiniones sin tapabocas. Ese cáncer no tiene cura. ¿Quién nos quita lo bailado? Nadie. El problema es que tampoco nadie nos quita lo llorado. Si el diseño de una nueva nación lo hacen los vencedores sin tener en cuenta a los vencidos, los valientes sin tener en cuenta a los cobardes, los iluminados sin tener en cuenta a los oscuros, los glotones sin tener en cuenta a los hambrientos, los arrogantes sin tener en cuenta a los tímidos, los ricos sin tener en cuenta a los humildes, los exitosos sin tener en cuenta a los infortunados, los que creen tener la razón sin tener en cuenta a los que ellos desdeñan, los de derecha sin tener en cuenta a los de izquierda, los de adentro sin tener en cuenta a los de afuera o los de afuera sin tener en cuenta a los de adentro, si eso ocurre, como ha sucedido en nuestro corto siglo de existencia independiente, mitad republicana y mitad socialista, nos veremos entrampados en un laberinto de intolerancias porque, dado el sitio y la hora del reencuentro, quién de nosotros se arriesgará a decir cómo podemos ser, después de tanto tiempo mudos y sordos, ¡quién se atreverá a ponerle el cascabel al gato y proponernos la salida correcta de semejante encrucijada! «El respeto a la libertad y al pensamiento ajenos, aun del ente más infeliz, es en mí fanatismo: si muero, o me matan, será por eso», dijo José Martí.
Y lo mataron»
(Eliseo Alberto, «Dos cubalibres. Nadie quiere a Cuba más que yo»)