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Por Tato Quiñones
El negro fue una invención del colonizador
Franz Fanon
En su Diccionario geográfico-histórico de las Indias occidentales o América –cinco volúmenes publicados entre 1786 y 1789- el militar e ilustrado historiador español Antonio de Alcedo (1736-1812), nos legó una precisa descripción de “los negros de América”, tal cual los percibía la “civilización” occidental al mediar el siglo XVIII. Transcribo a continuación unos fragmentos de la entrada (en los que he respetado la ortografía original) para mejor ubicación del lector en el asunto de que trata esta croniquilla:
NEGROS, Nación de gentes ó por mejor decir Naciones diferentes de varios Reynos y Provincias del África, que aunque no son aborígenes de América, les damos lugar porque forman la principal parte de los habitantes de estas Regiones, que hoy si no exceden, á lo menos igualan á sus naturales, porque estos son los que trabajan las minas, los que cultivan la tierra, y los que se emplean en todos los oficios serviles en la América, en los dominios de España, Portugal, Francia, Inglaterra, Holanda &c., que los compran en las Costas de África, y los llevan por esclavos, donde son tratados con el mayor rigor é inhumanidad, como si no fueran de la especie racional (…) …como si esta parte del género humano debiera carecer de los privilegios de la humanidad por la diferencia del color que les da el nombre, y en unos es mas atezado que en otros según las Provincias de que son, y llaman castas, como Congos, Mandingas, Chalaes, Ararares, y otras muchas (…) …generalmente son bien hechos, membrudos, fuertes, y de mucha resistencia para el trabajo: tienen la nariz chata, los labios abultados, el pelo muy encrespado y la dentadura blanca (…) …el carácter general de los Negros es de malísimas costumbres, porque son embusteros, supersticiosos, dados á hechizerías, vengativos, crueles y ladrones, y sin el castigo y rigor con que son tratados seria imposible avenirse con ellos.(1)
El africano y la africana (y sus descendientes), pues, tras ser forzosamente trasplantados a América, se convertían en “negros” y “negras”; en unas “no personas”; ni más ni menos que en simples bestias de trabajo. Sirva de botón de muestra de lo antes dicho los siguientes anuncios aparecidos, el primero, en El Papel Periódico de La Habana el domingo 18 de enero de 1875:
Noticias particulares de La Habana.
Ventas:
Un mulato como de treinta años, buen cocinero y con todas tachas2 menos ladrón; también se cambia por negro, mula, caballo o volanta. En el almacén de D. Juan Rancón darán razón.
El segundo, en El Faro Industrial, a propósito de los daños y víctimas provocados por el huracán que azotó La Habana los días 9, 10 y 11 de octubre de 1846:
Desgracias Personales:
Cayó la casa de Habana esquina a Emperrado habiendo matado a cuatro personas y herido a otras dos.
El derrumbe de un barracón mató a cuatro negros en la calle del Consulado.
En la calle de Cienfuegos resultó herida una señora.
En Monte 166 una pared mató una negra
A la desnacionalización del africano y la africana esclavizados, seguía su desnaturalización y, por último, su deshumanización.
Los “negros” y las “negras” –esclavos o libres– nacidos en la Isla no corrieron mejor suerte. Siguieron siendo solo eso: “negros” o “negras” durante más de tres siglos.
“En aquella sociedad integrada por dos etnias” –razonó Manuel Moreno Fraginals—“(blanca/negra) y sus múltiples mezclas y dos clases (amo-esclavo), donde el color de la piel coincidía con status social (…) el trauma esclavista lo permeaba todo: el colegio, el hogar, la oficina, los cuarteles, la universidad, la calle… La cultura, los conceptos jerárquicos, el sentido nacional, estaban llenos de racismo”. (3)
Todavía en 1879, un año después de concluida la Guerra Grande (1868-1878), en la que se batieron con igual denuedo por la
independencia y la libertad hombres y mujeres de todos los colores nacidos en Cuba –y no pocos africanos y hasta peninsulares— la ilustre Sociedad Antropológica de Cuba dará la siguiente definición de Cubano: “hombre blanco nacido en Cuba”. El sentimiento de cubanía se construía sobre el origen español migratorio. Aun en plena manigua redentora –fuerza es decirlo- se mantenía vigente la diferencia, como lo demuestran los siguientes versos con los que comienza un poema popular de la Guerra de los Diez Años:
El negro y el cubano
juntamente al cruel español hagamos guerra (4)
Hacia 1886 –año de la abolición de la esclavitud– los cubanos seguían siendo “blancos” o “blancas” nacidos en Cuba; los negros originarios de la Isla seguían sin carta de ciudadanía, pero eran considerados ya “negros criollos”, que era otra “categoría”.
A tenor de la voz “criollo” –valga la añadidura– explica Juan José Arrom que era de uso común y corriente en toda la América española aun antes de terminar el siglo XVI. La calidad de criollo la confería el haber nacido en el Nuevo Mundo, de ascendientes venidos del viejo, sin importar el color de la piel, la filiación política o la condición social.
Esta definición quedó explicada y corroborada por el Inca Garcilaso de la Vega en la Primera Parte de los Comentarios Reales, publicados en 1609, en los que, de “criollo”, dice:
Es nombre que lo inventaron los negros y así lo demuestra la obra. Quiere decir entre ellos negro nacido en Indias; inventáronlo para diferencias los que van de acá, nacidos en Guinea, de los que nacen allá, porque se tienen por más honrados y de más calidad por haber nacido en la patria, que no sus hijos, porque nacieron en la ajena, y los padres se ofenden si los llaman criollos. Los españoles, por la semejanza, han introducido este nombre a los nacidos allá los llaman criollos y criollas.5
Y en Cuba ¿Cuándo y por qué el negro deja de ser solo “negro” y adquiere la “categoría” de criollo? Arrom lo explica de la siguiente manera
Con la prohibición de la trata dejan de llegar nuevos cargamentos de africanos. Como consecuencia, en aquellas regiones donde una parte considerable de la población era negra, a medida que desaparecen los “guineos”, “bozales” o “de nación”, van quedando solo los “criollos”. Y al llegar a ser todos criollos, se hace inútil el uso de un adjetivo que subraye una diferencia ya inexistente.(6)
En 1906, recién inaugurada la primera república cubana (1902-1933), después de otros tres años de sangrienta guerra contra España –en la que participaron masivamente negros y mulatos de todas las regiones del país— y otros tres de intervención militar norteamericana, aparece en el ámbito académico la voz “afrocubano” para calificar a los descendientes de africanos y africanas nacidos en Cuba El término –que fue profusamente utilizado por el joven abogado Fernando Ortiz en su libro: “Los Negros Brujos”, primero de una trilogía dedicada a lo que entonces él calificó como “Hampa Afrocubana”– según lo advirtió el propio Ortiz muchos años después, no fue de su invención, pues la primicia en su empleo correspondió a Antonio Veitía, en 1847, y el objetivo de Ortiz, al revitalizarlo, no habría sido otro que el de “valorar la significación de la presencia africana en la formación de la cultura nacional cubana.”
Habría que añadir –para una más cabal comprensión de la renovada segregación de cubanos y cubanas negros en este período de nuestra historia— el juicio que al respecto formuló el historiador Jorge Ibarra:
Las revoluciones de 1868 y 1895 asestaron un rudo golpe a esa estratificación al proclamar la igualdad, política y jurídica, de todos los cubanos. El negro de nación o el negro criollo de la colonia, pasaba a ser considerado un cubano.
En la sociedad republicana, sin embargo, el cubano de piel oscura vino a ser considerado por la burguesía dependiente como un cubano negro, nunca como un cubano en igualdad de condiciones al blanco. Así, de negro criollo o negro de nación en la colonia, pasó a ser considerado cubano en el campo independendentista para, finalmente, descender al “status” de cubano negro en la República neocolonial.
(…)
El predominio político e ideológico de la burguesía dependiente en la situación neocolonial, reforzará la tendencia a excluir al negro de la nacionalidad.(7)
Al principiar el siglo veinte, ciertamente, la herencia latina de los cubanos frente a los anglosajones (norteamericanos) tuvo serias consecuencias sobre el modo en que ciertos sectores de la población blanca percibieron a los negros y mulatos.(8) Debido a que persistían en considerar a los blancos de origen español como a los “verdaderos cubanos”, los negros y mulatos fueron confinados a los márgenes de la “cubanía” como una subespecie de gente “bastarda”; en parte africanos y en parte cubanos, rezagos de un infortunado pasado destinado a decrecer (o a desaparecer) a largo plazo, con lo que se retomaba la vieja tesis colonialista del “blanqueamiento” de la nación cubana, “caballo de batalla” de la intelectualidad racista cubana del siglo diez y nueve.
En ese sentido –cabe recordar— el sociólogo, historiador y economista bayamés José Antonio Saco (“saquete”, para sus amigos) –sin dudas el más brillante ideólogo de la burguesía esclavista y racista cubana del siglo– expresó claramente que, para él la nacionalidad cubana, la única de que debe ocuparse todo hombre sensato, es la formada por la raza blanca. Deseo ardientemente, no por medios violentos ni revolucionarios, sino templados y pacíficos, la disminución, la extinción, si posible fuera, de la raza negra.(9)
Por su parte, el opulento y controvertido intelectual habanero Domingo del Monte, coincidía con su colega y coetáneo bayamés cuando propuso:
…”limpiar a Cuba de la raza africana: Esto es lo que dicta la razón, el interés bien entendido, la política, la religión, la filosofía, de consuno al patriota cubano.”(10)
En consecuencia, la prensa hegemónica de la república inaugurada en Cuba en 1902 promovió en dibujos y caricaturas el personaje de “Liborio” –un guajiro blanco, delgado, de baja estatura, con patillas, bigotes y sombrero de jipijapa— como el cubano típico, el cual personificaba el sentido común nacional, mientras la nación cubana se representaba siempre como una mujer blanca, con cabellera negra ondulada, usando el gorro frigio de la república francesa. La representación de la identidad nacional cubana como blanca y latina estaba en concordancia con el ideal occidental de supremacía blanca que imperaba en aquel momento, pero contrastaba de forma tajante con la historia de Cuba.(11)
El término “afrocubano”, no obstante, sentó plaza y fue ampliamente utilizado durante la primera mitad del pasado siglo para denominar a los descendientes de africanos y las formas de la creación artística y literaria, o de la cultura popular, que acusaran evidentes raíces africanas. Así, aparecieron en la escena nacional la “música afrocubana”, la “poesía afrocubana”, el “cuento afrocubano”, las “comparsas afrocubanas”, la “comida afrocubana”, los “cultos (nunca religiones) afrocubanos”, etc., etc., etc. El prefijo “afro” marcaba las diferencias, e impedía la integración a la plena cubanía a todo cuanto oliera a “negro”.
Por supuesto, tales prácticas fueron, a su tiempo, impugnadas por intelectuales cubanos negros y mulatos. Tales los casos –pongo por ejemplo—del escritor Alberto Arredondo y el poeta Nicolás Guillén.
El primero, en su libro “El Negro en Cuba” (texto que merece, exige una reedición) aparecido en 1939, le dedica un capítulo al tema que ahora nos ocupa que, creo, vale la pena citar en extenso:
…camina en Cuba la corriente del afrocubanismo. Se hacen “versos negros”, se hace “arte negro”, se escriben artículos negros”, se reeditan las “comparsas de negros”, se formulan tesis y antítesis, se presentan soluciones liberales, conservadoras, apristas, comunistas, se celebran actos y conmemoraciones referentes al negro o a lo negro y a todo eso se pone una etiqueta y se lanza a los mercados de Cuba del mundo con el nombre sugeridor de “afrocubanismo”. Incluso después se fundaría un establecimiento dedicado al giro: la “Sociedad de Estudios Afrocubanos, creada el 1º de junio de 1930.(12) Y nada más absurdo, más confucionista, más desnaturalizador de los problemas de “lo negro en nuestra nación” y “el negro en nuestra realidad social” que esa etiqueta del “afrocubanismo”.
Tan inactual es ese “afrocubanismo” como el hispanoamericanismo (…) En Cuba no se puede hablar de “afrocubanismo”, por la misma razón que en México no se habla de “maya-mexicanismo” o de “maya-aztequismo” (…) Los factores que integran o que concurren en la plasmación nacional, ya dejan de tener el nombre de origen para conformar, de acuerdo con la geografía y la historia una nueva característica que reclama un nuevo hombre.
El afrocubanismo, digámoslo de una vez, no sólo es absurdo e injusto, sino que tiende a desconocer la nación a fraccionar los factores que la han integrado y, lógicamente, a servir de estímulo a las campañas racistas.
El aporte africano después de cien años de ebullición étnica y cuando casi totalmente han desaparecido de Cuba los negro nacidos en África, no puede dar base a una “escuela afro-cubanista”. Nuestra geografía, nuestra historia, nuestra economía y nuestra cultura han forjado un tipo de hombre que no responde África ni a España. Responde a Cuba, a una nueva realidad tiempo-espacial. Al hablar de
nacionalidad dejamos bien sentado como al decirse “cubano” se menciona tanto al blanco como al negro. Pretender hablar de “afrocubanos” con lo que se reeditarán viejas y contraproducentes pugnas, precisamente en el momento histórico en que más necesita Cuba de la unión de todos sus hijos. Si Cuba y el cubano no pueden renegar de la influencia negra en todos los aspectos de la nacionalidad, ¿a qué denominar afrocubano al fecundo y admirable intento de estudiar y vigorizar y propagar esa influencia?
(…)
Porque lo “cubano” lleva en sí lo africano y lo negro. En caso contrario, habría que demostrar que lo cubano está integrado de manera particular, propia e inconfundible, sin vinculación a lo negro y a lo africano.(13)
A semejantes conclusiones llegó el poeta Nicolás Guillén cuando, en una charla ofrecida en la Sociedad Femenina “Lyceum-lawn Tennis Club de La Habana, en noviembre de 1945, afirmó:
Nada más falso que el término “afrocubano” para designar cierto arte, cierta música y cierta poesía: lo cubano, así sea en el negro como en el blanco, es lo español más lo afro, el amo más el
esclavo.(14)
Hoy, transcurridos 55 años desde el triunfo de la revolución cubana de 1959 –y 53 desde la proclamación su carácter socialista— la voz “afrocubano (na)” continúa siendo profusamente utilizada, sobre todo por los medios de difusión y propaganda. Ofrezco un par de ejemplos: la edición del semanario “Tribuna de La Habana” correspondiente al domingo 22 de mayo de 2011, publicó una breve crónica divulgativa titulada “Guanabacoa de fiesta” firmada por la periodista Ada Oramas, sobre el “Wemilere”, festividad inspirada en los cantos y bailes de la así llamada “Santería” –sin duda la más popular y la que con más adeptos cuenta entre las religiones cubanas– que hasta entonces se celebraba anualmente en la villa de Guanabacoa, próxima a la ciudad de La Habana. La celebración es calificada por la propia periodista como La Fiesta Afrocubana 2011 y en los diez breves párrafos que componen su texto utiliza seis veces el término que nos ocupa.
Y en un cartel de propaganda del centro turístico “El Retiro Josone”, de la playa de Varadero, puede leerse:
Noche de Santeria
A Night With the Saints
En el magnífico ambiente natural de El Retiro Josone, se
despliegan los los ritos danzarios de los principales dioses de la religión afrocubana, que se conjugan con una consulta y despojo a cargo de santeros amantes de su religión.
Claro que a nadie se le ocurriría en Cuba, hoy, calificar a los negros y a las negras, a las mulatas y a los mulatos de afrocubanos o afrocubanas.
Así, pongo por ejemplo, no se dice boxeador afrocubano, o cantante afrocubana. Los descendientes de africanos en la Cuba de ahora son ya cubanos para todo, excepciones hechas cuando practican alguna de las religiones populares de origen africano, o tocan un tambor para divertirse. Entonces todavía se convierten (“retroceden”) a la condición de afrocubanos, aunque este tambor sea tañido por un blanco o una blanca para tocar rumba, una de las manifestaciones de la música (“afro”) cubana en las que más nítidamente pueden apreciarse los componentes hispanos y africanos que la integran (“depurada síntesis cubana” –la calificó el musicólogo cubano maestro Odilio Urfé— “que constituye un acabado ejemplo de la íntima fusión afro-española”).
A estas alturas de nuestra historia, el empleo del término afrocubano continua siendo válido para calificar el arte, las artes, las costumbres y las religiosidades cubanas que acusen una perceptible oriundez africana, aunque sean cada día más, y más, los iniciados e iniciadas en la Santería y en las Reglas Congas de Mayombe y de Briyumba, porque blancos ñáñigos, como es bien sabido, existen en Cuba desde 1857.
Con todo, el uso la expresión “afrocubano” –que obviamente no alcanza ya a definir lo que quiere nombrar– continúa siendo objeto de debate y polémica entre intelectuales y académicos cubanos.
Acaso resulte útil recordar aquí lo que al respecto de las
terminologías razonaba el antropólogo Borislaw Malinowski: (1884-1942)
Quizá nada haya tan engañoso en las labores científicas –decía el fundador de la Escuela Funcional de Antropología– como el problema de la terminología, del mot juste para cada concepto; el problema de hallar una expresión que se ajuste a los hechos y por tanto sea un instrumento útil para el pensamiento en vez de un obstáculo para la comprensión. Es obvio que reñir por meras palabras sólo significa despilfarrar el tiempo; sin embargo, no es tan obvio que el diablejo de las obsesiones etimológicas con frecuencia juega malas pasadas a nuestro estilo, o sea a nuestros pensamientos, cuando adoptamos un vocablo que contenga en sus elementos integrantes o su significación radical ciertas sugerencias semánticas falsas y desviadoras de las cuales no podemos librarnos, confundiendo así el verdadero sentido de un concepto dado que por interés científico debiera ser siempre preciso e inequívoco.(15)
Así, en cuanto al término que nos ocupa, el investigador Jesús Guanche lo impugna por considerarlo un “vocablo impropio y anacrónico que, lejos de aclarar tergiversa la riqueza, complejidad y diversidad actual de la cultura nacional”.(16)
La investigadora y profesora Lázara Menéndez, por su parte, reconoce que “aunque el término es caduco, anacrónico e impropio, no tenemos otro mejor para calificar lo que queremos definir”.(17)
Obviamente, la vida cambió y, como suele suceder, el verbo queda rezagado.
Así las cosas, irrumpe en el ámbito cubano el término
“afrodescendiente” que data, hasta donde mi memoria alcanza, de la reunión en La Habana, entre el 19 y el 22 de septiembre de 2013, de la “Red de Articulación Afrodescendiente de las Américas y el Caribe” (ARAAC)
En este encuentro que –según reza en el documento que lo convocó—se llevó a cabo gracias al respaldo ofrecido por el Ministerio de Cultura de Cuba y su sistema de instituciones, quedó constituido el capítulo cubano de la Articulación. En aquella junta, ocurrida en la sede de la habanera Fundación Ludwig participaron, además de la nutrida representación cubana, representantes de Venezuela, Puerto Rico, Colombia, República Dominicana y Costa Rica. Queda claro que “afrodescendiente” fue término obligado en torno al que agrupar afrocubanos, afrovenezolanos, afropanameños, afrocolombianos, afrouruguayos, etc., articulados en un accionar común contra el racismo en la región y, como advierte su convocatoria, “para desarrollar una conciencia cada vez más amplia contra la
discriminación racial”.
Por el momento, el uso de la voz “afrodescendiente” entre nosotros no ha ido más allá del ámbito de la propia Articulación y algunas instituciones afines.
Una colega y amiga –dicho sea al pasar- me recordaba hace unos días que, de acuerdo con la hipótesis de la emigración de África, también conocida como la hipótesis de la sustitución, las primeras poblaciones de hombres modernos procedentes de África migraron a otras regiones y sustituyeron por completo a las poblaciones hasta entonces existentes de homínidos primitivos. De ser esto cierto, todos los habitantes actuales del planeta seríamos “afrodescendientes”.
Propósito central de la agenda del capítulo cubano de ARAAC, es el de dar conocer y promover el inicio del Decenio Afrodescendiente –del 1 de enero de 2015 al 1 de enero de 2025— propuesta de la Organización de Naciones Unidas cuyo objetivo es “revertir las diversas formas de discriminación racial visible y sumergida que han sobrevivido al paso del tiempo e incluso manifestaciones contemporáneas que conservan rasgos de inequidad hacia la población afrodescendiente y pretende, además, visibilizar la declaración mundial que busca reivindicar aquellas injusticias históricas relacionadas con el crimen de la trata y las consecuencias materiales y éticas de la esclavización a la población africana y sus descendientes, quienes fueron estigmatizados bajo la rúbrica de seres humanos inferiores. Una realidad actual muestra que en este continente más de 150 millones de
afrodescendientes están ubicados en la parte más profunda de la pirámide social, sufriendo las mayores desigualdades”.
Confiemos –y apliquémonos– para que, en el no tan lejano 2025, tales “reversiones” y “reivindicaciones” si no logradas plenamente, al menos anden bien encaminadas por la senda de su consecución.
Confiemos, digo… pero nada sabemos del porvenir, salvo que será diferente.
NOTAS
1. Antonio de Alcedo, Diccionario geográfico-histórico de las Indias occidentales o América. 5 vols. Imprenta de Benito Cano, Madrid, 1786-1789.
2. (Del fra. tache). f. Falta, nota o defecto que se halla en una cosa y la hace imperfecta.
3. Manuel Moreno Fraginals, Cuba/España, España/Cuba Historia Común. Grijalbo Mondadori s.a., Barcelona, 1995, p. 224.
4. Citado por Manuel Moreno Fraginals. Ob. cit. p. 224.
5. Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales de los Incas, 1ra Parte, Libro IX, cap. 31. .Primera Edición, Lisboa, 1609. La cita es de la edición de Madrid, 1773, pp. 339-340. Citado por Arrom “Criollo, definición y matices” en Certidumbre de América, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1980, p. 12
6. Juan José Arrom, ob.cit p. 20
7. Jorge Ibarra, Cuba: 1898-1921 Partidos políticos y clases sociales. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, pp. 180-181
8. El de mayo de 1912 ocurrió el alzamiento de Partido Independiente de Color que desató una feroz represión que concluyó la masacre de miles de hombres negros en la antigua provincia de Oriente. El 27 de aquel mes, un editorial del periódico habanero El Día expresó por lo claro el cuestionamiento de la manera en que los blancos se
relacionaban con los negros en Cuba. El texto abogaba porque Cuba emulase con Estados Unidos en materia de las raciones entre las razas. “En ese país” –destacó el editorialista—“había 10 000 000 de negros, pero no se rebelaban. ¿Por qué? Porque los blancos norteamericanos, a diferencia de los blanco cubanos, maltrataban a los negros: los quemaban vivos, los linchaban, los mantenían completamente segregados y no les permitían votar”. Y concluía: “son terribles las enseñanzas objetivas: las razas dominadas se someten”. Citado Por Aline Helg en Lo que nos corresponde: la lucha de los negros y mulatos por la igualdad en Cuba, 1886.1912. Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 2000 pp.
9. J.A. Saco, Contra la Anexión, t. I p. 224. Citado por Raúl Cepero Bonilla en “Azúcar y Abolición”, La Habana, 1971, p.133
10. Domingo del Monte, Escritos, t. i, p. 331. Citado por Cepero en ob. Cit. (p. 133)
11. Aline Helg, Lo que nos corresponde: la lucha de los negros y mulatos por la igualdad en Cuba, 1886.1912. Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 2000 pp. 144-145
12. Presidida por Fernando Ortiz e integrada por un grupo de destacados intelectuales negros, blancos y mulatos entre los que se contaban José Luciano Franco, Emilio Roig de Leuchsenring, Salvador García Agüero, Marcelino Arozarena, Juan Marinello y Nicolás Guillén. (N. del A.)
13. Alberto Arredondo El Negro en Cuba, Editorial Alfa, La Habana, 1939 pp. 107-108
14. Nicolás Guillén: “Charla en e Lyceum, en Prosa de Prisa, Editorial de Letras Cubanas, La Habana, 1975, p. 299
15. Borislaw Malinowski, introducción al Contrapunteo cubano del azúcar y el tabaco de Fernando Ortiz, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1987, p. 4
16. Jesús Guanche Pérez y Gertrudis Campos, Artesanía popular en la Santería cubana
17. Conversación con el autor en un evento científico allá por 1995 o 96.