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Por Rogelio M. Díaz Moreno
La nueva Ley de Inversión Extranjera que regirá en Cuba se aprueba en estos momentos, por parlamentarios cuya postulación es totalmente turbia y se reúnen a puertas cerradas en el apartado Palacio de las Convenciones, sin la trasmisión en vivo de los medios de prensa. Ha provocado bastante revuelo y, es de prever, todavía levantará más.
Ahora quiero referirme a uno de sus puntos más álgidos, al que quisiera aportar la perspectiva que entiendo como revolucionaria y marxista. Como es sabido, la ley otorga todos los derechos habidos y por haber de explotación de trabajadores cubanos a los empresarios extranjeros. También se extiende este derecho a los empresarios de origen cubano, que residen en el exterior.
De acuerdo con cierta lógica, una persona acostumbrada al capitalismo se podría hacer la pregunta siguiente: ¿y por qué vuelven a quedar los cubanos, residentes en Cuba, excluidos de este derecho? Aquellas personas afortunadas, vecinas de Liborio pero mucho mejor dotadas, están naturalmente dolidas de que los dejen fuera del banquete. Ahí tenemos a Silvio Rodríguez, por ejemplo, al que evidentemente ya se le pasó la etapa de necio y ahora, vuelto más inteligente, no quiere tener menos oportunidades que Alfie Fanjul. Reclaman, pues, el “derecho” de explotar a sus compatriotas.
Sin embargo, en un sistema que se presupone socialista, el fenómeno de la explotación debería recibir tanto repudio como la esclavitud y la servidumbre. Sin embargo, la discusión está establecida en un terreno bien alejado de esta cuestión medular. Por razones de propaganda y legitimación, el gobierno solo puede tolerar el capitalismo en dos modalidades. Está la del capitalista nacional, declarado, reducido a la pequeña y mediana empresa disfrazable de “cuentapropismo”, y está la modalidad de aquel otro, mucho mayor, pero disimulado mediante su integración a la estructura corporativa-estatal.
Para mantener este estatus, se necesita controlar el capitalismo grande y declarado abiertamente, con acceso sólo desde afuera, por una puerta y hacia unos espacios que queden muy bien dominados por la máxima jerarquía local. Lógicamente, los candidatos locales a empresarios independientes están muy molestos con este monopolio, y perciben esta exclusión como algo injusto, de manera semejante a como se percibían las prohibiciones de los hoteles, teléfonos celulares, etcétera, vigentes hace algunos años. Interesantemente, masas de desposeídos pueden llegar a adoptar sin cuestionamientos esta indignación por la exclusión de la ciudadanía local, del ejercicio de este “derecho”; a pesar de que la mayoría de esta, ni su descendencia, jamás podrá ejercer dicho “derecho”.
¿Qué se manifiesta, entonces, en este debate? Para mí, que se ha perdido de vista el concepto de que el socialismo es el sistema que aspiran a construir las personas trabajadoras para disfrutar, en libertad y sin explotaciones de ningún tipo, ni de adentro ni de afuera, del fruto de sus esfuerzos y de la solidaridad social. Debemos esta ideologización liberal rampante a medio siglo de un régimen autoritario que, en nombre del socialismo, hizo el mejor trabajo imaginable para afincar la idea de que este es un desastre, y solo el capitalismo puede desarrollar el país y permitir que las personas aspiren a prosperar. Ahí están, para confirmarlo, todas esas declaraciones públicas, desde el presidente hasta los economistas, periodistas oficialistas y demás, de que solo el flujo masivo de capital extranjero puede sacarnos del abismo. Y ahí están, inevitables, los ABCs marxista y martiano de que, el que paga, manda; que las personas pensarán de acuerdo a las reglas del sistema y esas reglas las pone el sistema de propiedad. Está armada la tormenta perfecta, y se torna natural que hasta el último descamisado considere como incorrectas las limitaciones sobre el “derecho” de explotar.
Vengan ahora necesariamente, una vez más, un par de aclaraciones sobre el criterio de este refunfuñón servidor. No se trata de negar las potencialidades de la inversión extranjera y las relaciones con las fuerzas económicas mundiales cuya influencia es determinante, lo queramos nosotros o no. Se trata de que, para sacar el mejor provecho de estas posibilidades, la solución no es adoptar la mentalidad capitalista.
La clase trabajadora, en un socialismo legítimo, ejerce sobre los medios de producción todos los derechos de posesión. Los emplea para producir riquezas y determinar los principios de su distribución social, de una manera democrática inalcanzable bajo el capitalismo. Una clase trabajadora organizada, dueña de las fuerzas de producción nacionales que es como decir, su destino, podrá interactuar sin sobresaltos con inversiones extranjeras, con la estructura económica, financiera y comercial del mundo globalizado. Podrá establecer acuerdos de mutuo beneficio, donde las concesiones inevitables al capital foráneo vengan balanceadas con suficientes compensaciones y beneficios para ambas partes. No es socialista, ni remotamente, un proyecto donde el conflicto mayor son las contradicciones entre distintos grupos de privilegiados, aspirantes cada uno a ejercer estos derechos en detrimento de los demás.
En otro escenario, con la clase obrera enajenada totalmente de los medios de producción, un paso de avance lo constituirían sindicatos poderosos, democráticos, corajudos e independientes del gobierno, capaces de defender a los trabajadores y enfrentar al capitalista extranjero demasiado ambicioso.
Lamentablemente, ni siquiera el segundo panorama parece factible en nuestro medio. Los sindicatos actuales, como es sabido, dependen del gobierno, y este último espera sacar el mayor beneficio de la inyección del capitalista, así que no hay que ser un genio para comprender de qué lado se colocarán las autoridades sindicales. La nueva ley tiene el espacio libre para penetrar, como un verdadero elefante de Troya del capitalismo, en un terreno tan abonado que parece que lo más importante que se va a discutir, es quién tiene derecho a montarse y quién no.
PS. Discúlpeme Fanjul y compañía que los mencione por enésima vez en otro post, es que uno no tiene tanta información y usa los pocos ejemplos que conoce que son así de representativos.
Hablando de Troya (la que siempre se está acabando y aún ni se acabó), dice Buena Fé en su estrenada Página Oficial (luego de desarmar su Catalejo y aceitarlo en el estante) que el verdadero caballo maderable será la entrega masiva de internet a los cubanos, no los frutos quintescénticos de la inversión extranjera…
«Una clase trabajadora organizada, dueña de las fuerzas de producción nacionales que es como decir, su destino, podrá interactuar sin sobresaltos con inversiones extranjeras, con la estructura económica, financiera y comercial del mundo globalizado. Podrá establecer acuerdos de mutuo beneficio, donde las concesiones inevitables al capital foráneo vengan balanceadas con suficientes compensaciones y beneficios para ambas partes»
Esta tesis es errada (y no por poco). El socialismo nacional es una utopía reaccionaria. Es una imposibilidad. El socialismo, entendido en un sentido objetivo y marxista, esto es, como transición al comunismo, debe plantearse en términos supranacionales. A lo más que puede llegar un país aislado es a construir un Estado obrero genuino. Y si éste es de tal naturaleza, tendrá como una de sus tareas principales expandir supra-nacionalmente las conquistas obreras a otros Estados, en los cuales prima la explotación y los capitalistas no han sido aún expropiados. Así, un Estado obrero genuino (aún no socialista), no podrá tener relaciones pacíficas con otros Estados capitalistas; todo lo contrario: en tanto Estado obrero genuino necesita expandir la revolución, por lo que entrará en conflicto con las clases dominantes de los otros estados capitalistas. Sólo la tesis estalinista del «socialismo en un sólo país» nos puede llevar a postular la tesis que plantea el compañero Díaz Moreno. Si ni siquiera existió el «capitalismo en un sólo país» (Robert Brenner está equivocado), menos todavía puede el socialismo concebirse «nacionalmente».
Esta bien, podría argumentarse que la política exterior de un Estado obrero genuino tiene que aprovechar las contradicciones inherentes a la existencia de distintas fracciones capitalistas, distintos estados capitalistas y distintos tipos de proyectos capitalistas hegemónicos en el mundo capitalista como un todo. Y, por esto, el conflicto con los otros Estados capitalistas no será siempre de la misma naturaleza con todos, ni excluirá algunos pactos tácticos con algunos Estados y/o fracciones capitalistas. Esto es posible, aunque incluso puede discutirse desde una posición marxista, porque plantea una «coexistencia pacífica parcial». Lo preocupante es que un autodenominado marxista plantee la «coexistencia pacífica» en términos generales y de principio.