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Prof. Arturo López-Levy

Que Cuba es- de hecho y derecho- una nación soberana es una premisa (un dogma si se quiere), que todo el que hace política en la isla debería asumir. Algunos de los disidentes que andan por el mundo tratando de quitarle centralidad al embargo norteamericano en la política cubana o defendiéndolo contra las alternativas de dialogo e intercambio parecen olvidarlo. Traen el mismo saco de presiones, que no tiene que ver nada con los derechos humanos, sino con imponer en el poder a quienes convengan a los que deciden en Washington y Miami.

Es la misma fórmula de cincuenta años: Que a Cuba le vaya mal, para que a ellos les vaya bien. Ha sido un fracaso y lo seguirá siendo. Cuba necesita una oposición leal, que no solo denuncie al gobierno, sino también que coopere y compita con el mismo a la hora de defender el interés nacional. Lamentablemente, los opositores en periplo, con honrosas excepciones como son Oscar Espinosa y Miriam Leyva, prefieren la exageración. En lugar de hablar de los problemas reales del país, -para criticar el gobierno no tienen que inventar nada- aluden a un genocidio, que solo ocurre en sus mentes. En la defensa del embargo comparan el racismo, que sobrevive en Cuba y hay que discutir en sus méritos, con la Sudáfrica, del apartheid, donde se cometía un crimen de lesa humanidad (así consideraba la ONU).

El fin es poner una hoja de parra para la equiparación absurda de las sanciones multilaterales contra el régimen del apartheid, aprobadas por el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de las Naciones Unidas, con un embargo unilateral, ilegal, inmoral y contraproducente contra Cuba, condenado abrumadoramente por cuanto organismo internacional lo ha discutido. No en balde el segregacionista Jesse Helms, autor de la ley que codifica el embargo era el principal opositor a las sanciones contra el apartheid. Olvidando eso, los peregrinos pro-embargo, financiados por una política de gobierno (nótese que no digo desde el exterior); que niega el derecho cubano a la autodeterminación, pretenden equipararse a Nelson Mandela. En la práctica limitan la posibilidad de una oposición leal, responsable, democrática y nacionalista.

Frente a ese vacío, es importante oír a voces desde la isla, con una larga trayectoria en la sociedad civil, y una memoria institucional que no empezó ayer. Para favorecer una apertura en Cuba es vital un análisis sobrio desde el nacionalismo cubano, matriz dominante en la cultura política del país. Eso hace el reciente editorial Senderos que se bifurcan de la revista Espacio Laical, publicación católica cubana.

El editorial tiene dos porciones conectadas. En la primera, se critica a la posición antinacionalista de los viajeros pro-embargo. En la segunda se llama al gobierno cubano a reconocer la pluralidad nacionalista, cuya existencia debe ajustarse a las condiciones de acoso externo, pero reconocida al fin.

Ha sido lamentable que los sectores enfocados en soluciones constructivas para el desarrollo de Cuba tengan que distraer esfuerzos para guardar distancia de aquellos que dificultan ese curso con irresponsabilidades mediáticas de apoyo al acoso norteamericano. Pero es necesario. Además de tupir a la opinión pública exterior sobre una prominencia de la que carecen, los periplos pro-embargo sirven de pretexto a los intereses y posturas retrogradas atrincheradas en puestos gubernamentales cubanos. El bloguero Orlando Luis Pardo expresó la postura maximalista con claridad: se trata de usar la reforma migratoria para forzar al gobierno a una apertura total o que tengan que cerrar. ¿De veras?

No sería la primera vez que algunos pícaros desde el gobierno cubano manipulan irresponsablemente el patriotismo para torcer el debate nacional desde sus estrechas miras ideológicas y proteger sus privilegios. El tiempo no sobra y el gobierno de Raúl Castro ha prometido aceptar la discrepancia patriótica con responsabilidad. Por su mesura y firmeza, el editorial de Espacio Laical es bienvenido: sin concesiones al plattismo pro-embargo, enérgico al demandar la pluralidad y participación patriótica, que no acaba de cuajar.

El descontento de Radio Martí

La hostilidad de Radio Martí contra lo que llamó el controversial editorial Senderos que se bifurcan es ilustrativa de las posiciones de la derecha cubana plattista. Todo lo que sea promover un pluralismo nacionalista los irrita porque de hacerse viable, cerraría para siempre la polarización en la cual su política de cambio de régimen por hostilidad y aislamiento contra Cuba se basa.

Es un error equiparar a Radio Martí con Radio Free Europe o con Radio Free Asia. Esos proyectos promovieron los derechos humanos y denunciaron el totalitarismo comunista desde una lógica de apertura, no desde un embargo unilateral. Radio Free Europe estuvo del lado de los derechos soberanos de Polonia, Hungría y Checoeslovaquia, criticando la intervención soviética.

Radio Martí hace todo lo contrario. Usando el dinero de los contribuyentes norteamericanos, que se oponen por mayoría a la prohibición de viajar, Radio Martí promueve no la democracia en Cuba, sino la política de embargo. Critica por parcial la reforma migratoria en Cuba, sin abrir un debate mínimo sobre la prohibición de viajar estadounidense. Ataca a Espacio Laical por ser nacionalista, y enfrentarse a las sanciones, repudiadas por la mayoría de los norteamericanos, y cubano-americanos. Con relación a los católicos de Cuba, Radio Martí tiene reprimendas de pupitre nada transparentes, a cargo de su director Carlos García, contra el Cardenal Ortega que aparecen y desaparecen de su página web, y polémicas nada caballerosas de Karen Caballero en las que solo polemizan los opuestos a Espacio Laical.

En China, Radio Free Asia promueve que se respete la libertad religiosa de los católicos, y su derecho a hablar con su propia voz. Frente a la llamada Iglesia Popular promovida por el Partido Comunista, Radio Free Asia defiende a los obispos nombrados por Roma (sucede así en el resto del mundo) como derecho de las comunidades religiosas a darse su propia organización y lideres. Hacia Cuba, Radio Martí cuestiona la legitimidad de la jerarquía católica cubana, con algunos de sus analistas oponiéndoles a los obispos un sacerdote de parroquia, a quien sus partidarios en Miami designan el cardenal del pueblo.

Lo único peor que una mala política

Y hablando de peregrinar, Jaime Suchlicki pide a la Iglesia cubana que siga el ejemplo de su homóloga polaca, solidarizándose con los opositores que apoyan el embargo, para ganarse a los negros cubanos, que son la mayor etnia. ¿Apoyar el embargo para ganarse a los negros cubanos, la mayor etnia? Solo en un bosque polaco.

Personalizar y atacar al Cardenal Ortega por la postura católica contra el embargo desconoce la historia de la Iglesia Cubana y la diplomacia vaticana. La critica a las sanciones unilaterales estadounidenses ha estado presente hasta en los momentos más álgidos de conflicto católico con las autoridades comunistas. Léase la pastoral de 1994, El amor todo lo espera. Como ha explicado Roger Noriega, uno de sus más persistentes defensores, el camino del embargo para remover el gobierno comunista conlleva un periodo de caos e inestabilidad. La Iglesia, y la sociedad civil cubana, espacios donde convergen cubanos de diferentes posturas políticas, tienen razones suficientes para no apoyarlo. El caos y la inestabilidad contradicen sus intereses, y alentarlos es opuesto a sus valores de paz y reconciliación nacional. En cuanto a la Santa Sede hay una larga historia de oposición a las sanciones que agravan los problemas de los pueblos, no solo en Cuba.

La cobertura de Radio Martí ante el editorial de Espacio Laical ilustra la necesidad de supervisión adulta en la estación radial: ¿Cuándo fue esa política de choque con la Iglesia Católica y contra el nacionalismo de la sociedad civil cubana aprobada por la administración Obama? La promoción democrática se desprestigia cuando el gobierno estadounidense, Radio Martí mediante, usa el dinero de los contribuyentes para acosar a una revista genuina de la sociedad civil cubana, acusándola de favorecer la represión gubernamental. Disentir de los que apoyan el embargo es un derecho. No es la tradición norteamericana subsidiar desde el gobierno la propaganda contra las comunidades religiosas de otros países. Al contrario, lo norteamericano sería discutir como la prohibición de viajar dificulta la relación entre los hermanos en la fe de ambos países.

Washington debería tomar el editorial de Espacio Laical como indicador del sentir de la sociedad civil cubana y sus sectores aperturistas relevantes. Si EE.UU fuese serio en la promoción democrática, apoyaría procesos de apertura en Cuba, según lógicas propias, no a actores específicos según estén dispuestos a apoyar al embargo. Al director de Radio Martí habría que informarle que no es su función enemistar a Washington con la Iglesia Católica Cubana, u otro actor de la sociedad civil de la isla. Lo único peor que una mala política norteamericana hacia Cuba es tener dos.