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Por Marcelo “Liberato” Salinas

rodilesCon los gigantescos avances de la colonización estatal sobre la vida de las sociedades en los últimos 60 años, han ido ocurriendo dos procesos simultáneos en ámbitos aparentemente separados. Por una parte, una proporción abrumadora de las personas activas laboralmente constituyen funcionarios involuntarios de los estados, y por otro, la creciente pérdida de rating mediático de las sagas de espías y súper agentes especiales que pulularon hace unas décadas atrás en el cine y en la literatura.

Eso tal vez pueda explicarse porque hoy muchísimas personas vivimos en condiciones de hacer el trabajo sucio de esos espías, no tanto en misiones especiales, llenas de riesgo y adrenalina, sino simplemente reclamando, desde la agonía del largo fin de mes, los derechos que supuestamente tenemos a que nuestros Estados se encarguen mejor de nuestra existencia o, en el caso de nuestro Antonio Rodiles, orientarle a otro Estado cómo debe conducirse en la destrucción del nuestro.

Esas son simples acciones, casi gestos, que tienen el miserable valor de garantizar, por otras décadas más, la legitimidad y el incremento de la estatización de nuestras vidas y el consiguiente ensanchamiento de nuestra incapacidad para auto organizar nuestras condiciones de existencia. En otras palabras, son formas fáciles y sencillas de trabajar para la seguridad de los estados en las que todos podemos colaborar, si nos proponemos renunciar a nuestra dignidad sin esfuerzo.

Hasta donde podemos saber en este momento, con el régimen centralizado de desinformación global en que estamos viviendo, Antonio Rodiles no es agente de la Seguridad del Estado Cubano y no parece serlo tampoco de la CIA.

A pesar de no existir evidencias sólidas de la filiación institucional de Antonio Rodiles a ninguna de las agencias de seguridad estatales cubanas o yanquis, las noticias más recientes sobre él deben haber sido un bálsamo reparador y un motivo de júbilo laboral para la Seguridad del Estado cubano y también, por qué no, para la CIA.

Para la agencia cubana, Rodiles justifica años de trabajo, salarios, vacaciones, combustibles, casas de descanso, en fin privilegios, de un grupo ocupacional en Cuba con muchas personas de gran calidad humana, pero propensos a los desafueros y al espíritu de subordinación jerárquica e irresponsabilidad individual, típico de cualquier grupo social embestido de autoridad superior y separados de la sociedad que los sostiene y alimenta. Más aun, el caso Rodiles viene a legitimar la tesis más reiterada por ese sector ocupacional: quien está contra el estado cubano está con el estado yanqui.

Para los laboriosos criminales de la CIA, Rodiles viene a coronar el supuesto trabajo de años de esta otra manga de parásitos, que han invertido millones en descerebrar a la juventud cubana, pero en verdad, mejor que ellos ha trabajado el Estado cubano, sin su contribución la CIA no hubiera logrado casi nada aquí. Las últimas noticias de Rodiles tienen que haber hecho feliz en similar proporción a los jerarcas de estos dos tinglados.

Rodiles es en estos momentos lo que se podría llamar un trabajador social ejemplar. Y remarco ejemplar, porque una cosa es ser un trabajador social involuntario y a regañadientes de las empresas de opresión más cercana, administradas por el régimen de esclavitud salarial globalizado (“público” y “privado”); y otra muy diferente es ser un tornillo entusiasta y por voluntad propia de las megamáquinas que regulan nuestras vidas.

Rodiles está ahora mismo a la vanguardia de esa masa de asalariados, la más amplia clase expropiada en Cuba, que trabajan para el Estado, casi al límite de la voluntariedad, precisados por la circunstancia de contar con una entrada ínfima pero segura. La originalidad de Rodiles es que su trabajo en pro de la polarización entre el Estado cubano y el yanqui parece que lo ha hecho con franca convicción, lo ha hecho movido por ideales. Y esto es así porque su vida de burgués en el barrio habanero de Miramar, con lindas sirvientas en su confortable mansión, no le obligan a trabajar bajo presión fisiológica para sus empleadores.

Rodiles es un opositor, un disidente, un trabajador social voluntario de la Seguridad del Estado Cubana y de la CIA. Su peculio familiar y la ayuda de sus amigos demócratas internacionales hacen su parte. Pero sus convicciones autoritarias, su desconfianza brutal hacia la capacidad humana de aprender a organizarse, hacen la otra. Estas ideas lo han llevado a una fe ciega en el mercado, otra forma de estatismo, y de ahí que en su mapa mental de las sociedades sólo vea oportunidades para el interés privado, gobiernos técnicamente más preparados que otros para ver la religión científica de la economía global, partidos políticos y hombres de poder útiles para poner en práctica sus ideales más profundos.

Por eso él cree que el triste espectáculo de millones de personas encerrados tres minutos en una cabina, cada cuatro años, eligiendo a quién los va a humillar y engañar, es algo sublime. Por eso él cree que la mejor garantía para cambiar a un Estado es poner a otro más sofisticado, por eso él cree que la mejor forma de suprimir la opresión es tecnificándola, con los aportes científicos de la politología y la mercadotecnia.

Yo conocí a Rodiles hace unos cinco años atrás en la peña de casa del profesor Calaforra, un poliglota en lenguas asiáticas, excepcional entre nosotros, que atrajo a su casa durante años a la juventud más interesante y librepensadora que pululaba en las universidades habaneras. Allí se auto-organizó un hermoso espacio de encuentros e intercambios de extraordinaria riqueza temática. Allí Rodiles se apareció, amablemente, hay que decirlo, con la autoritaria idea de adoctrinarnos en un curso semanal sobre neoliberalismo, en formato de video, y hacernos ver lo inútil del arte, la poesía y el saber humano si no se pone en función de su particular noción de libertad.

Luego fue ampliando su radio de acción y frecuentó otros espacios autónomos, entre ellos algunas de las actividades del Observatorio Crítico. Conoció sus dinámicas, sus procederes y presto se propuso replicar algo de lo visto en esos espacios y nos sorprendió a todos con su Evento de Estado de SATS, un espacio esquizoide en sus dinámicas, raro, que olía a transdominación por todos lados. Allí, en medio de la elegancia del local de la Casa Gaia, donde transcurrió el evento, Antonio y mi hermano Ramón García Guerra casi terminan a piñazos puros un debate de ideas que parecía inofensivo. Es que el antagonismo no conoce las sutilezas de las discrepancias.

Las últimas noticias de Antonio Rodiles demuestra a las claras que somos eso: antagónicos, a pesar de que le agradezco la gentileza de haber llevado puntualmente a mi abuelo una vez al hospital en su auto.

Ni el bloqueo yanqui, ni el retorno de su tutelaje sobre la sociedad cubana resolverán los problemas de fondo de una sociedad que, como muchas, se falta el respeto masivamente todos los días. Se deja endrogar con genéricos del tipo la ´economía nos permitirá ser libres´, como si la libertad fuera tener más bienes administrados bajo el régimen de los militares o más productos expuestos en las vitrinas, bajo el régimen de la mercancía. Rodiles se afilia a la segunda modalidad de tales ilusiones y no ve las conexiones que hay entre ambas.

Ese tipo de cosas pasan porque las ilusiones de las noches de circo han penetrado hondamente en nuestras mentes, siendo preferible un mago liberador que nos haga dichosos con una varita mágica. Ese tipo de ilusiones tienen una marca de fábrica que es fácil identificar. Rodiles trabaja para esa empresa y en sus dos sucursales más cercanas. Ojalá sea voluntariamente, para conservar una dosis de respeto hacia él, y tengamos el gusto de tener un antagonista con dignidad.