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Por Lucía López Coll
Nadie, absolutamente nadie, podría negar la importancia que desde su fundación tuvo el Instituto del Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) para el desarrollo del cine cubano. Más que una casa productora para la realización de películas, el ICAIC devino uno de los proyectos más ambiciosos e influyentes de la amplia red de instituciones culturales creadas desde 1959. Baste recordar que, desde sus prometedores inicios, no sólo se trataba de “hacer” cine, sino también de posibilitar su acceso a los lugares más apartados del archipiélago, una experiencia inédita cuyo conmovedor testimonio fue recogido por uno de los pioneros, Octavio Cortázar, en su documental Por primera vez.
Desde entonces el cine cubano no sólo ha conseguido crecer artísticamente, sino que ha sido una de las manifestaciones que, al dirigir su mirada hacia la realidad más contemporánea, ha contribuido significativamente a la reflexión sobre nuestros problemas y a develar nuestras contradicciones.
Además de todos los títulos de ficción producidos en su más de medio siglo de existencia, el ICAIC promovió y desarrolló una sólida escuela documentalística -con nombres tan imprescindibles como Santiago Álvarez-, y permitió la creación de los estudios de animación cuyos más altos exponentes se encuentran entre los Filminutos y las películas de Juan Padrón, ya sean las protagonizadas por el popular personaje Elpidio Valdés o la serie dedicada a los vampiros.
De más está decir que en más de cinco décadas el ICAIC propició la formación de profesionales y personal técnico calificado en casi todas las especialidades relacionadas con el séptimo arte y abrió caminos hacia una fructífera colaboración con los más importantes músicos del patio entre los que se cuentan Leo Brouwer y Edesio Alejandro.
Entre otros ejemplos incuestionables de la impronta de la institución en la cultura cubana, vale citar su aporte al desarrollo de la gráfica por su excelente cartelística dedicada a promover las producciones nacionales y de otras latitudes, o la labor del Centro de Información y la Editora ICAIC, responsable de la edición de la revista Cine cubano, libros y diversos materiales relacionados con el medio.
Al calor de ese empeño se fundó posteriormente el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que no sólo devino importante referente y punto de encuentro para la cinematografía continental y de otros puntos del orbe, sino que ha contribuido de manera notable a diversificar el horizonte estético de los cubanos por varias generaciones.
Hay que decir también que a lo largo de la historia del ICAIC no todo ha sido color de rosas. Desde las limitaciones económicas (el cine es una industria cara), hasta desaciertos en los métodos de dirección y decisiones erróneas que, de una forma u otra afectaron su desempeño y los resultados de la creación misma. Sin embargo, en todos los casos fue posible subsanar errores, corregir el rumbo y seguir adelante. Incluso a pesar de la gran crisis económica que afectó al país durante la década de 1990, surgieron películas de las más trascedentes realizadas en Cuba, como Fresa y chocolate o Madagascar, de la mano de algunos de los directores imprescindibles en la historia del cine cubano.
Pero el llamado Período Especial hizo evidente y efectiva la imposibilidad de la Industria de seguir haciendo cine de la manera en que se había hecho hasta entonces, subvencionado casi totalmente por el Estado y sujeto a una maquinaria que se hizo demasiado pesada, burocrática y costosa para los nuevos tiempos que demandan mayor austeridad y racionalidad en el uso de los limitados recursos.
A esta difícil coyuntura, de la cual la industria nunca se recuperó del todo, se suma la escalada tecnológica que ha vivido el mundo en los últimos años. Aunque Cuba se resiente del retraso en el uso y desarrollo de las nuevas tecnologías, incuestionablemente la era digital ha facilitado el acceso de los jóvenes cineastas (y de otros no tan jóvenes), a una tecnología más barata pero con parámetros técnicos de calidad antes impensables para una producción que no contara con el amparo de la industria.
Al mismo tiempo la posibilidad, antes inexistente o bastante restringida, de que los propios cineastas y pequeñas productoras independientes, aún con ciertas limitantes, puedan agenciarse y gestionar los fondos mínimos para echar a andar sus proyectos, también supone un cambio de concepción en la manera de trabajar, a la cual el ICAIC ha tenido dificultades para adaptarse. Si antes la meca del cine en Cuba se encontraba en el emblemático edificio de 12 y 23, hoy las cosas parecen haber cambiado, para bien o para mal.
De ahí que en sucesivas ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano se haya visto disminuir el número de películas producidas por el ICAIC, al punto que, en su más reciente emisión, sólo un tercio de los trabajos presentados llevaban el sello de la entidad que prácticamente había poseído el monopolio de la creación cinematográfica en el país. En sentido inverso ha crecido el número de proyectos más o menos independientes.
Y ya no se trata de tímidas incursiones que se conforman con tantear el terreno. Juan de los muertos, de Alejandro Brugués, fruto de la colaboración entre una productora extranjera (la española La Zanfoña), y un grupo independiente cubano (Producciones Quinta Avenida) , obtuvo este año el Premio Goya a la mejor película extranjera, uno de los galardones más importantes alcanzado por el cine cubano en los últimos tiempos. Melaza, del joven realizador Carlos Lechuga, también apoyado por Producciones Quinta Avenida, obtuvo la mayor parte de su financiamiento a través de subvenciones y premios en el extranjero. Se vende, largometraje de ficción del reconocido actor, devenido realizador, Jorge Perugorría, y que mereció el Premio Coral de la Popularidad en el pasado Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, también fue producida por esa vía, al igual que La piscina, de Carlos Machado Quintela, que debe una parte de su presupuesto al ICAIC, pero fue terminada gracias al aporte de otras instituciones.
Pero no sólo los jóvenes o los que dan sus primeros pasos en el séptimo arte asumen los riesgos (y ventajas) que supone el cine independiente, especialmente en Cuba. La más reciente cinta del experimentado Fernando Pérez, también fue realizada al margen de la industria y contó en su nómina con el recientemente fallecido Camilo Vives, uno de los productores más emblemáticos del ICAIC hasta que decidió volar por su cuenta y riesgo.
En tiempos difíciles y mientras fue posible, el ICAIC cobijó y protegió a cientos de profesionales del sector, pero como otras muchas empresas del país también le ha llegado la hora de corregir deformaciones estructurales y racionalizar una plantilla sobredimensionada, que lejos de favorecer su trabajo se ha ido convirtiendo en un lastre que tarde o temprano deberá descargar si pretende sobrevivir y renovarse.
Entre las crisis, la actualización del modelo económico cubano y la revolución digital, la cincuentenaria institución que llegó a producir los mejores títulos de la filmografía nacional, ha ido perdiendo el protagonismo que alcanzó en otra época. Tanto como una reestructuración, el ICAIC necesita un cambio de concepción que, sin perder lo alcanzado hasta hoy, permita salvar la institución, y con ella su rica historia.
¿Contará con un Plan B para afrontar los tiempos actuales? Así lo esperamos quienes hemos disfrutado de su trabajo a lo largo de estos primeros y fructíferos cincuenta y cuatro años. (2013)